Fuente: slavyangrad.es /
El lenguaje de la guerra se ha impuesto en los países de Occidente y son cada vez menos los conflictos que merezcan ser resueltos en la mesa de negociación. Ya sea en el Norte de África, en Siria, en Venezuela o en la extinta Unión Soviética, los líderes occidentales promueven la caída de los regímenes indeseados. Y lo hacen desde la impaciencia, dispuestos a apoyar a quienes tomen las plazas y lideren las revueltas, en un proceso que casi siempre precede al estallido de la violencia.
Las contradicciones son parte de esta lucha por el control. El uso de la democracia y la libertad como justificación de la guerra, para posteriormente ocultar sus efectos sobre las vidas ajenas es una de ellas. Retrocede así la libre difusión de la información sobre los desastres causados por la guerra con el único objetivo de mantener el desconocimiento por los abusos cometidos, que quedan así fuera del debate democrático. Cualquier denuncia de abuso es desestimada como propaganda, reducida a la categoría de caso aislado o justificada como mal necesario.
Ése es, en general, el proceso que se ha seguido hasta ahora para transmitir lo que ocurre en la campaña militar que el Gobierno de Kiev lleva a cabo desde el verano en Donbass. Pero no hay nada de aislado en la falta de respeto por la suerte de la población civil en los indiscriminados ataques de artillería o en el uso de bombas de racimo contra la población civil. La ocultación o desfiguración de las consecuencias de la guerra a la opinión pública de las sociedades democráticas es siempre un atentado a los principios de la libertad y de la democracia; lo es mucho más aun cuando son civiles, y no combatientes, los muertos o heridos.
La semana pasada, sin recibir el apoyo mediático ni de los líderes mundiales que sí han recibido los familiares y compañeros de los dibujantes y periodistas de Charlie Hebdo asesinados en París, la artillería ucraniana truncó la vida de Vanya Voronov y de su familia. Uno de los habituales ataques de artillería contra zonas pobladas costó la vida a Artyom, su hermano de cinco años, con el que jugaba en el patio de su casa en Shakhtyorsk.
Quizá porque la pérdida de vidas se ha convertido en algo habitual en la zona o porque las vidas tienen distinto valor para la prensa occidental según la nacionalidad de las víctimas, la vida de un niño de cinco años, muerto en el acto, o la dramática situación de su hermano mayor no han trascendido en la prensa europea. Se esfuma con ello el derecho a la información en la que se basa la libertad, la reflexión, la democracia y la verdad. El drama de Vanya, que no solo ha perdido las piernas y un brazo, sino probablemente también la vista, sólo será conocido por unos pocos pero su cara, destrozada por la metralla, es el rostro de una guerra que debió haberse evitado.
Los valores de la democracia no son compatibles con la muerte y la mutilación de niños y niñas en una guerra sin otro sentido que acabar con quienes no se sienten ucranianos al modo en que se dicta en Kiev. Los valores de la libertad de expresión y de la libertad de prensa tampoco son compatibles con esconder la realidad del sufrimiento de los civiles de uno u otro bando porque se han convertido en una realidad incómoda que no se ajusta a una determinada narrativa.
Muchos se han identificado estos días con los muertos de París, mostrando su disposición a asumir la lucha de los dibujantes de Charlie Hebdo o de la de los policías que protegían su derecho a la libertad de expresión. Pero aunque se quisiera, no es posible ponerse en el lugar de un niño que lo ha perdido casi todo, a parte de su familia y a gran parte de sí mismo. Vanya, evacuado esta semana a Moscú, vive ahora a merced de lo que los cirujanos rusos puedan hacer por él: se intenta salvar algo de la visión en un ojo y puede que haya que amputar parte de una de sus piernas. Pero más allá del tratamiento que reciba en estos momentos, necesitará atención, tratamiento y cuidados de por vida.
Por eso no somos Vanya, no podemos ser Vanya. Apenas podemos tratar de evitar que haya más Vanyas y contribuir a que él y los que viven a su alrededor tengan una vida mejor. Por eso es necesario parar en Ucrania la represión y la guerra. Poroshenko, Yatseniuk, Merkel y quienes buscan alargar esta guerra para su propio beneficio deben saber quién es ese niño de ocho años. Así lo sugería Leonid Roshal, uno de los cirujanos del hospital de Moscú, que invitaba a todos ellos a conocer a Vanya. No pueden seguir viviendo en esa burbuja aislada de la realidad por ejércitos y policías, espacios restringidos, barreras de seguridad y medios de comunicación que les protegen de lo que no se puede hablar. Porque ellos sí son Vanya. Sin esta guerra, sin los bombardeos a la población civil, posibles en parte por la permisividad y pasividad de Occidente, más preocupado por su futuro político que por la realidad de la población civil, el futuro que hoy espera a ese niño del Donbass sería bien diferente.
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«CUANDO VEAS SANGRE EN LAS CALLES COMPRA PROPIEDADES»…dijo el baron rothschild …y asi lo hacen los oligarcas sionitas al pie de la letra…bombardean y la gente VENDE BARATO,a lo que le den y se van…cuando termina la «guerra» los sionitas se quedaron con un gran capital…ademas ,los creditos para las reconstrucciones los dan los bancos de los judios y despues de la guerra viviras para pagar una deuda que no necesitabas…en donbass kolomoiskiy tiene un banco…adivinen quien se quedara con el futuro sudor y trabajo de la gente…