MOSCÚ, EN EL CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE
Purificación González de la Blanca
Deshago la maleta. Voy colocando ropa y objetos, cada una en su lugar. Eso me llevará unos momentos. Sin embargo me será difícil ubicar en ese baúl de la memoria tantas imágenes, tantos sentimientos, tantas emociones vividas en Moscú con motivo de la conmemoración del Centenario de la Revolución de Octubre, que hicieron posible un grupo de hombres de talento privilegiado: Lenin, Trotski y Stalin (sin olvidar a Marx), que unió la historia para que cayeran los viejos ídolos y los caducos estandartes. Detrás de ellos, miles de mujeres y hombres pusieron su vida en una causa que no solo sacó a Rusia de la edad media, partiendo del derecho a la educación y a la cultura, sino que alumbró en todo el mundo unos derechos de los trabajadores hasta entonces inexistentes: la jornada laboral de 8 horas, el descanso semanal, las vacaciones anuales retribuidas, el permiso de maternidad, la igualdad de derechos entre hombre y mujer…
Al año siguiente, es decir en 1918, y sin que el gobierno revolucionario hubiera acabado de tomar las riendas del país, Rusia hubo de soportar una guerra civil, que, encabezada por la nobleza, supuso en realidad la invasión de sus territorios por los ejércitos de EE.UU., Japón, Francia y Reino Unido, principalmente, temerosos de que la revolución rusa se extendiera por otros lares. (O sea, que de “guerra civil” más bien poco). La guerra es ganada por el pueblo y el gobierno ruso.
Y es que en la Revolución Rusa confluyeron tres figuras de dimensión mundial. Los tres padecieron la brutal represión ejercida por el zarismo, los tres fueron desterrados a Siberia, los tres fueron perseguidos.
León Trotski, Lev Davídovich Bronstein, fue una figura que destacó como intelectual, como orador y sobre todo como organizador. Él ganó la guerra civil y a él se debe la creación del Ejército Rojo, que hizo posible el triunfo de la Revolución.
El gran Lenin (Vladimir Ilich Ulianov), dirigió la Revolución de Octubre y creó el sistema comunista soviético. Él estaba predispuesto a cambiar las cosas desde la ejecución de su hermano por el Zar en 1887, acusado de conspiración. Estudió en las universidades de Kazán y San Petersburgo, en donde se instaló como abogado en 1893. Era un hombre culto que alumbró una revolución que parecía imposible. Como rasgo que define su sensibilidad cabe señalar que en los primeros años de la revolución declaró protegido el delta del Volga, más de 20.000 K2, en la Reserva natural de Astracán (en ruso, Астраханский заповедник, Astrajanski zapovédnik), lo que fue un hito en la historia de la protección ambiental. Lenin falleció en enero de 1924. Le sucedió Iósif Stalin.
De él escribe Anselmo Santos: <<Los éxitos de Stalin no se limitaron a la política exterior ni a conquistas puramente materiales. Su logro más trascendente fue crear una nueva civilización: transformó por entero el modo de vida, la psicología, la cultura del pueblo. La sociedad sufrió una convulsión drástica, despertó del letargo secular, mudó de valores, se encontró inmersa en un mundo diferente, mundo en el que surgió como por ensalmo una sólida conciencia colectiva. Gracias a su sabia política cultural, Stalin consiguió inculcar en el centenar largo de nacionalidades y grupos étnicos integrados desde siglos en el Imperio Ruso, generalmente por la fuerza, el sentido de pertenencia a una patria común. La cohesión de la sociedad soviética quedó de manifestó en la guerra (II Guerra Mundial): hombres de Asia Central, del Cáucaso, de la Rusia europea, imbuidos de idéntico patriotismo, lucharon fraternalmente, codo con codo, en las mismas unidades contra el invasor alemán. Además de este asombroso milagro, Stalin realizó otras proezas: supo transmitir a la gran masa de la población su propio paroxismo del esfuerzo, la esperanza en una vida mejor, la aspiración al saber, el sueño de que todo era posible; y el pueblo le siguió con fervor, respondió con entusiasmo a sus llamadas.
Por otra parte, Stalin, como un verdadero demiurgo, tuvo la virtud de “crear desde la nada”. Recibió un país arruinado por la I Guerra Mundial, la intervención extranjera y la guerra civil, en el que tres cuartas partes de la población, mayoritariamente campesina, analfabeta, y lo convirtió en una gran potencia; lo encontró con arados de madera y lo dejó con armamento atómico y a punto de emprender la carrera espacial. Entre sus hechos relevantes figura la modernización del país, las previsiones para su defensa, las medidas tomadas durante la guerra, la difusión de la cultura, que son tantas otras pruebas de su inteligencia, su imaginación, su infinita voluntad transformadora>>
“Llevamos entre cincuenta y cien años de retraso respecto a las naciones industrializadas. O las alcanzamos en diez años o seremos aplastados”. Con ese argumento como fuerza motriz, Stalin emprendió la modernización del país.
Y lo logró. Solo por apuntar un dato, el planeamiento de la moderna ciudad de Moscú, en el que cabe destacar el metro, es obra suya.
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