Los puentes de Bamako

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Por: Flavio Signore

El atentado del 6 de marzo en la capital de Malí

Bamako tiene tres puentes.
Cómo Barcelona la Sagrada Familla y Kuala Lumpur las Torres Petronas.
Cuando atraviesas los puentes de Bamako viajas en horizontal, de una orilla a la otra de la ciudad, cada una con sus características sociales y económicas, pero también en vertical, entre el ilimitado cielo africano y el vívido río Níger, cuyo paso marca la vida de la región.
Los tres puentes tienen su ritmo, un tiempo, que los «bamakois», conocen al dedillo.
La hora del «embottilage» (atasco) sobre el primer puente, la hora de fluencia sobre el segundo o la hora de los controles nocturnos de policía, pero también la hora de la pesca alrededor de los pilones, la hora del tinte de los paños en la orilla y la hora de los paseos en piragua. Un tiempo lleno de poesía.
La noche entre el 6 el 7 de marzo los puentes de Bamako han vivido una larga convulsión, la repentina detención de su ritmo, de su tiempo. Como si la ola de choque de los disparos y granadas estalladas en el barrio Hippodrome, lejos de ellos, los hubiera embestidos y hechos temblar. Por un largo día el paso sobre los puentes ya no siguió el orden de siempre.
Pero la huella de aquel atentado puede tener consecuencias mucho más duraderas y profundas por la ciudad.
Bamako es un caso anómalo en el panorama de las capitales africanas, que asciende a excepción si consideramos que en los últimos 3 años ha vivido, en serie, una rebelión secesionista al Norte del país en la que han proliferado grupos que, simplificando, en occidente han sido definidos yihadistas, un golpe de estado, una intervención militar francesa, una misión de estabilización de las Naciones Unidas y múltiples episodios de violencia alrededor de estos hechos, y, ya en los últimos meses, una nueva rebelión al Norte, que ha erosionado parte del territorio al control del gobierno, y por fin las negociaciones de paz de Argel, que están a la espera de ser ratificadas.
Bamako, milagrosamente, ha sobrevivido a estos acontecimientos sin perder su identidad, sin sufrir visiblemente la violencia que golpeó el resto del territorio nacional, ha quedado una ciudad extremadamente segura, jovial y acogedora. No se ha transformado, como todas las capitales implicadas en los conflictos internacionales, en un búnker con zonas separadas, con accesos separados y control de seguridad omnipresente. Al contrario, el deseo de normalidad, de vida pacífica de los malienses, ha hecho de la capital un lugar seguro, un lugar de encuentro de etnias y tribu, de intercambio cultural. El hecho que el lugar del atentado del 6 de marzo, el local nocturno «La Terrasse», en el lleno centro de la vida nocturna de Bamako, y con fama de ser frecuentado por militares y fuerzas de seguridad varias, no contara con ningún control especial a la entrada, es quizás la prueba más contundente de ello.
Pasada más de una semana del ataque la dinámica todavía es oscura. Sólo sabemos que el grupo «Al Mourabitoun» de Mokthar Belmokthar ha reivindicado la acción. Con respecto al móvil circulan dos versiones: aquella del ataque indiscriminado contra los «occidentales» y aquella del asesinado dirigido contra el francés que ha muerto, que oficialmente trabajaba con una sociedad estadounidense de bienes de lujo, se ha después vociferado que trabajaba en realidad por el MINUSMA (Misión de Estabilización de la Naciones Unidas), y que ha sido enterrado en Francia con honores militares al haber estudiado en una academia de policía. Las otras víctimas son tres malienses y un belga, este último responsable de la seguridad de la unión europeos, y varios heridos, entre ellos algunos militares suizos. A la habitual opacidad de las investigaciones en casos como este, se suma la ulterior pereza africana hacia la información rápida y transparente. Sabemos de la detención casi inmediata de dos sospechas, resultados luego extraños a los hechos, y la muerte de un ulterior sospechoso, algunos días después, en una operación militar, del que no se sabe casi nada. Los medios de comunicación, sobretodo RFI, Radio France Internacional, en ámbito europeo, han hablado mucho de estos acontecimientos pero agregado muy poco a su comprensión real. Mientras tanto ya ha empezado el coro de personalidad malienses, políticos y, desafortunadamente, también culturales, que claman por un cambio en la política de seguridad del país. El ejemplo y la referencia es la Francia, dónde el ministro de asuntos exteriores maliense Diop se ha apresurado a encontrar su homólogo Fabius, el recuerdo de los atentados de París y las políticas aplicadas en aquel contexto, para embarcar Malí en una cruzada antiterrorista internacional, que, evidentemente, puede ser provechosa para los políticos al gobierno, como ya demostró la presencia del presidente maliense, I. B. Keita, en primera fila y a lado de Hollande en la manifestación de París posterior a los atentados de enero, pero que no tiene alguna relación con la realidad del país. Desafortunadamente el nivel macropolíticos y macroeconómico olvidada que la cooperación y el desarrollo reales, sea en campo alimenticio, como en este caso securitario y militar, tienen que ser integrales y contextualizados, no un modelo prefabricado para implantar al uso.
Paralelamente las sociedades y los profesionales de la seguridad huelen el nuevo «negocio Bamako»: estándares de seguridad europeos a los aeropuertos y hoteles, compañías de seguridad por los locales frecuentados por expatriados y nueva burguesía local, compañías especializadas en el control de los desplazamientos en ciudad y seguridad doméstica. Este nuevo escenario amenaza de enfatizar la separación entre locales y extranjeros, ya enorme en el plan económico, y crear una ciudad a más pasillos y zonas preferenciales. La perplejidad de los malienses, que desde la crisis asisten en la capital a un carrusel de todo terrenos, relacionados con la comunidad de expatriados y extranjeros, y ven gastar por una cena en un hotel aquél que en media gana un maliense en un mes, puede transformarse en resentimiento y las medidas que se están aireando amenazan de crear la base económica y cultural por el rechazo del extranjero, sea indistintamente un militar, de las UN, de una ONG, o un turista, que es efectivamente la cuestión sobre la cual el atentado quiso incidir. Claramente en una lógica diferente, aquella del grupo armado, por el cual el problema es el infiel que pisa el suelo maliense pero la posible respuesta en sentido seguritario de estos días amenaza a la larga de reforzar las causas y los motivos que llevan a estas acciones y a los jóvenes maleases a alistarse en la milicia islámica (pero podría ser de cualquiera otro tipo) de turno.
La verdadera respuesta seguritaria es el desarrollo, trabajar para crear condiciones de vida digna, en la capital, como en todo el país, combatir la pobreza que crea un comprensible resentimiento hacia quien luce bienes y lujo. Y, como no, trabajar por la justicia, sin la cual la paz es una palabra vacía.
En este panorama, las grandes agencias humanitarias y los ONGs tendrían que asumir algún riesgo y, coherentemente, quedar cerca de la población que quieren ayudar, y los políticos aplicar medidas sostenibles, más que proponer soluciones militares de corto plazo que en el tiempo, las lecciones aprendidas en este sentido son múltiples, acaban por reavivar los conflictos.
Por favor, no nos dejéis sin nuestros puentes… no nos privéis de las orillas, del cielo, del río, de la poesía y de los puentes de Bamako.

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