Colaboración para el libro “Sociodialogando a propósito de las calamidades”, editado por El Aleph, dentro de la colección Insumisos Latinoamericanos.
La Violencia como estrategia: reflexiones y dilemas sobre las calamidades
03- Desestabilización programada y violencia
¿Os imagináis que dadas las circunstancias el pueblo acuerda lanzar una ofensiva contra el Estado, y éste decide acudir al combate con derecho a su legítima defensa? A modo más que simbólico ésta metáfora tiene su presencia en nuestro entorno, y viene a darse cada vez con más frecuencia y con un talante más sofisticado en aquellos territorios donde se dice que la modernidad ha llegado. La abstención es el arma popular que se extiende como la lava cada vez que una nueva erupción estalla en el seno de los gobiernos. Y ante esa decisión no se resquebraja institución alguna, bien al contrario, todo se mantiene en su sitio y nadie notifica el más mínimo arrepentimiento. Porque esa es su “legítima defensa”, mostrar que el pueblo ha decidido y que todo ha de proseguir igual, sin que medie consideración alguna. En esta breve reseña ha de quedar constancia de que alguien, con muy buenos modales pero con una acritud endiablada, nos ha tendido una trampa.
El conflicto deja de lado a los dos contendientes y deja de ser real por inadmisible, y lo que parecía una necesaria emergencia, librarnos de todo Estado opresor y coercitivo, se vuelve en contra nuestra. Gracias a inigualables reglas del juego un intermediario se yergue como máximo protagonista, y en su seno es donde se librará la batalla. Los dos polos quedan imantados por lo que llamamos democracia, y quien debía ser afluente de aguas cristalinas, es sin darnos cuenta el colector de todos los residuos.
El alcantarillado público, con las administraciones al frente y con los ministerios a buen recaudo, se conecta a través de infinidad de ramales con todos y cada uno de los habitantes, del centro y de las periferias. Esto se produce de tal modo que a cada una de nuestras casas (incluso a las chabolas), conexión mediante, llegan normas universales que emanan de la popular soberanía. Pero casualmente no resultan del agrado de las mayorías.
¿Será posible? Lo que parecía un ajuste de cuentas entre dos, pasa por arte de magia a ser una riña continuada entre todos. Entre todos nosotros que, enmarcados tras el bello retrato político, no podemos dar crédito a tanta debacle. Y cuando hasta la ilusión se despeña, nos miramos, nos diferenciamos, y nos restregamos. Y es entonces cuando observamos el mapa y terminamos por creer que somos muchos, que la tierra no da para todos, que la riqueza no llega, y que por el trabajo se deja uno la vida.
El conflicto está a ras de suelo, bajo nuestras pisadas. Nos han otorgado el falso poder de elección y cuando comenzamos a ser conscientes del juego, estalla la violencia.
Pero para entonces la estrategia imperial ya está servida. La visión policial del mundo retiene en sus mazmorras de vigilancia activa no sólo aquello que viene sucediendo desde tiempos inmemoriales, sino también aquello que va a acontecer. Y si no va cumpliéndose como “se esperaba”, se articularán todos los instrumentos para que así sea.
La campaña violenta trazada ofrece normalmente dos alternativas:
- Se puede dejar en manos interesadas la capacidad de maniobra necesaria para que cunda el pánico, bien en un barrio periférico, en un territorio por conquistar, o en un país entero. Esta forma de obrar está presente y latiendo en el mundo con una fuerza sobrecogedora, y resulta imposible desenmascarar el centro neurálgico del embate, sencillamente porque diferentes grupos de presión son capaces de cotizar al alza un maniquí disuasorio que luego se tornará en enemigo visceral.
La mano que te da de comer puede pasar a ser la que apriete el gatillo en el momento menos inesperado. Cuestión de logística y de turbación complementaria.
Sería un arduo trabajo recopilar la infinidad de casos donde una desestabilización programada incide en futuras intervenciones políticas para seguir con el control exhaustivo de la población civil y, sobre todo, de sus riquezas naturales. Son muchas ya las investigaciones realizadas para determinar con claridad cómo unos pocos intervienen en nuestras vidas para llevarse nuestras propiedades y, una vez colapsada la opción de continuidad, dejadnos con los excrementos de una tierra ya baldía.
- América Latina sabe mucho de eso, demasiado. Y sin que todo ese proceso culmine, porque siempre ronda el imperialismo ciego para dinamitar allá donde encuentra cualquier grieta, hay que añadirle la violencia añadida, ese experimento cotidiano que protagonizan los ejes del poder sin compasión, y cada vez con menor sutileza.
Como si no fuera poco interferir del modo que lo hacen, desde altas instancias y de forma casi generalizada parece instalarse entre nosotros la nueva fase de agresividad, propagando el dolor y la muerte sin que medie razón alguna. Y la estandarización del miedo es ya la segunda alternativa de la campaña, como si de un elaborado plan de marketing se tratara.
Y en este punto surge el gran interrogante sobre la presencia de la violencia infiltrada con vehemencia desde las cloacas del Estado, perforando el desarrollo de cualquier democracia y aniquilando las escasas posibilidades que quedaban para que ésta emergiera.
Nos situamos. El abstracto monopolio de una lucha sin cuartel contra el pueblo es delirante. Y ha llegado hasta tal punto que considerar ese menosprecio como un proceso anecdótico ha dejado de ser admisible.
La incorporación de la violencia a las normas sociales ha sido el primer eslabón para convivir con ella, y para dotar al sistema de una razón de fuerza mayor a la que se pliega, consolidando su necesidad rampante.
No es difícil observar cómo se extiende el ánimo arrebatado y enfurecido a través de todos los canales, hasta instalar en nuestros cerebros el chip del enfrentamiento como elemento natural de nuestra especie. Y todo porque la violencia… se estimula.
La propia globalización y sus enormes repercusiones en lo que podemos denominar nuevos focos de pobreza es solo parte de todo un entramado difícil de digerir sin sentir los ánimos angustiados. Pero donde más hierve la inquina es a través de los medios de comunicación, auténticos promotores de un trauma colectivo que nos sumerge en un escenario nada improvisado.
Un informativo cualquiera en casi todos los rincones del mundo pretende generar audiencia, y como si se tratara de un show más nos somete a la vulgarización de los hechos más terribles y difíciles de asimilar. Sin que importe mucho la localización del suceso, podemos pasar de un tren descarrilado en Corea a una inundación en Perú en dos segundos, o de una avalancha en una discoteca de India a un incendio en una fábrica pirotécnica en China. No nos dejan observar los acontecimientos, solo mirar, sin detenernos, y presenciar miles de secuencias de sangre derramada y polvorienta anquilosados en la costumbre.
Si, la globalización. No existe mejor obra para que de manera subliminal nos mande mensajes favorables al capitalismo más ruin e incómodo. Y tras ella la ofrenda al mercado de valores, al dinero inexistente que atropella los silencios de nuestros sueños.
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