Fuente: http://www.argenpress.info/2014/08/estados-unidos-y-la-otan-son.html
La administración Obama tiene muchas cuentas pendientes con la humanidad. Entre los muchos desastres que provocó se anota el de Libia, sumida en conflictos armados a casi cuatro años del asesinato de Muammar Khadafy.
Las invasiones de Israel en Gaza son en buena medida responsabilidad de Estados Unidos. En marzo de 2013 llegó al aeropuerto de Tel Aviv el presidente norteamericano y dijo que su país e Israel eran «aliados eternos». Ese estado siguió en lo más alto del podio internacional en materia de sostén financiero y militar del imperio. Cuando el 8 de julio pasado empezaron a llover las bombas sobre la población civil de Gaza, Barack Obama justificó la masacre diciendo que Israel tenía derecho a defenderse de los proyectiles que le arrojaba Hamas; el afroamericano daba vuelta la realidad, poniendo como agredido al agresor y viceversa.
De allí que el desastre humanitario del que habla la ONU, lo que es mucho decir, en esa estrecha lonja donde vive 1.8 millón de palestinos es perfectamente atribuible no sólo al estado sionista sino también a su poderoso aliado. Hasta ayer habían muerto allí 1.533 personas y 8.750 heridos, según HispanTV. Eso lo hizo ante todo Benjamin Netanyahu, pero también se puede decir que Obama lo hizo posible.
En la zona hubo otros desastres patrocinados por la Casa Blanca y el Departamento de Estado, por caso en Siria. Al calor de la mal llamada «Primavera Árabe», luego de agredir Libia y asesinar a Muammar Khadafy -tema que se abordará enseguida-, los norteamericanos y aliados europeos patrocinaron la contrarrevolución en Siria. Desde 2011 en adelante surtieron con armas, dinero y reconocimiento legal al Consejo de Transición Sirio y al Ejército Libre Sirio, creados como espejo a lo actuado en Libia, con el objetivo de derrocar al presidente Bashar al Assad.
En el medio quedaron más de 150.000 muertos, pero el intento de repetir el libreto libio no dio resultado. Al Assad se fortaleció políticamente con iniciativas diplomáticas propias y del ruso Vladimir Putin; entregó su armamento químico, quitando argumentos al plan de invasión que el Pentágono tenía prácticamente listo en 2013.
Dos movimientos contradictorios pusieron en aprietos a Obama. Por una parte el jefe de Estado sirio logró su reelección en junio pasado, con el 88,7 por ciento de los votos, en comicios democráticos del que participaron otros dos partidos. Por la otra, en el campo de los supuestos «rebeldes», el ELS fue fagocitado por yihadistas del Estado Islámico en Irak y el Levante (EIIL), agrupación ligada a Al Qaeda, que los barrió de las zonas en disputa dentro de Siria y, también, se expandió del lado de Irak.
Como certificando que en esas condiciones no tenía sentido seguir mediando en Siria, el enviado de la Liga Árabe y de la ONU, Lakhdar Brahimi, renunció y se mandó a mudar de Damasco.
La iniciativa de Al Bashar, por consejo ruso, de entregar las referidas armas, impidió la puesta en marcha de la agresión de la OTAN. De lo contrario hoy se estarían lamentando varias decenas de miles de muertes más y, lo peor, el avasallamiento de la soberanía del país para derrocar su gobierno legítimo, asesinar seguramente a sus autoridades y rapiñar sus recursos naturales.
¿Quién es el terrorista?
En estos años, mientras resistía el fraccionamiento de Siria a manos del Ejército Libre de Siria y las bandas terroristas del Frente Al Nusra y el EIIL, al Assad siempre denunció que las potencias imperiales que alentaban su derrocamiento estaban armando a bandas ligadas a Al Qaeda. Esos países, más Turquía, Qatar y Arabia Saudita, entregaban muchos millones de dólares y armamento pesado a esos «rebeldes». Era una flagrante contradicción sobre todo para la Casa Blanca, que por caso incluye todos los años a Cuba en la lista de países que patrocinan el terrorismo, mintiendo con alevosía, mientras en el terreno sirio tales terroristas contaban con el aval estadounidense y de la Unión Europea.
Tal situación se aclaró definitivamente cuando en el norte de Siria, donde más fuerza tenía la contrarrevolución, se impusieron los terroristas del EIIL. Se vio que el jefe de Estado sirio había dicho la verdad.
Tal agrupación decidió crear un califato sunnita sumando esas regiones sirias a la parte cercana de Irak, donde en los últimos meses emprendió una feroz ofensiva. Sus fuerzas tomaron ciudades importantes como Mosul, cercaron plazas petroleras, fusilaron a miles de miembros de la comunidad chiíta y dispersaron a tropas leales al gobierno del primer ministro Al Maliki.
Ese gobierno se recluyó en torno a Bagdad, en la Zona Verde fortificada por militares y mercenarios norteamericanos de las empresas tercerizadas de seguridad, mientras Al Maliki, chiíta, trata de formar gobierno y no puede congeniar con sunnitas y kurdos.
El caso Irak remite al tercer desastre de este breve listado, imputable al gobierno norteamericano, además de Gaza y Siria. Pero hay más todavía…
En Libia les salió bien
En la lista de desastres humanitarios, políticos, sociales y ecológicos hay que incluir a Libia, donde tuvo éxito la campaña norteamericana y de la OTAN de librarse sangrientamente del líder Khadafy. La contienda iniciada en febrero de 2011 fue cerrada en octubre de ese año con el crimen del mandatario; cerrada en primera instancia porque, como se verá, ha continuado bajo nuevas condiciones.
Con argumentos parecidos a los empleados en Túnez, Egipto y Siria, de mayor democracia y crítica a gobiernos autoritarios, etc, la «Primavera Árabe» quiso poner en Trípoli un gobierno alineado con los imperios. Y no es que el Khadafy de 2011 fuera un nacionalista árabe como lo había sido en décadas anteriores, un activo integrante del Movimiento de Países No Alineados.
No. En los últimos años se había reconciliado con George Bush, hacía negocios con Silvio Berlusconi y financiaba al derechista francés Nicolas Sarkozy. De todas maneras no era un político confiable y completamente alineado con esas potencias que querían manejar el 1.8 millón de barriles de petróleo diarios de Libia como si fueran suyos.
Y así fue como aquellos imperios y la OTAN alentaron el levantamiento en Benghazi, la segunda ciudad, en el este, al compás del armamento financiado por Occidente. Así ganó presencia el Consejo Nacional de Transición (CNT) de Libia y el Ejército de Liberación de Libia (ELL). Estas fuerzas avanzaron desde Benghazi hacia Misurata, Brega, Ajdabiya, Ben Yauad y Ras Lanuf, hasta que lograron tomar el control de Trípoli.
En ese avance fue decisivo el aporte de la OTAN, que desde la flota y el aire, utilizando el recurso de los «corredores aéreos», se dedicó a bombardear a las fuerzas oficialistas. El líder libio salió de Trípoli y se refugió en su ciudad natal, Sirte. Y luego trató de irse de allí, cercado, pero la tecnología de la OTAN lo rastreó y bombardeó la caravana de vehículos donde se retiraba. Fue capturado y linchado por sus enemigos. Sus 66 familiares y acompañantes fueron fusilados sin juicio previo; por supuesto que las señorías occidentales y cristianos de los derechos humanos no encontraron en eso ningún problema legal.
En Libia todo mal
¿Acaso Libia está mejor que cuando gobernaba Khadafy? Ni siquiera los más fanáticos de los contrarrevolucionarios que lo derrocaron podrían contestar afirmativa y convencidamente tal interrogante. Pruebas al canto.
El primer ministro en funciones en 2013, Ali Zeidan, fue secuestrado en un hotel del centro de la capital por milicias no integradas en el ejército libio, y posteriormente liberado. Tiempo después Zeidan fue reemplazado por Ahmed Mitig sin lograr más cohesión gubernamental. Desde junio de 2013 el presidente es Nuri Abu Sahmain, que desempeñaba en 2011 como «comandante en jefe» del Ejército de Liberación de Libia.
La «democracia» libia es muy deficiente, toda vez que en junio pasado hubo elecciones para elegir el Parlamento, con escasa participación y apenas 1.5 millón de personas anotadas para sufragar, la mitad de los registrados en las comicios de 2012.
La falta de unidad nacional se nota en que las diferentes regiones tienen sus propias milicias y éstas se enfrentan a los tiros, como ocurre desde julio pasado. De resultas de esos combates ocurren desastres económicos, como que el petróleo no puede ser fácilmente exportado desde los puertos del Mediterráneo, bloqueados por milicias que quieren su parte de esa renta. Caen así los ingresos estatales y la producción pues de 1.8 millón de barriles se estima que hoy son apenas 330.000 barriles.
También hay catástrofes políticas y humanitarias, con riesgos ecológicos, como las balaceras y obuses disparados entre las milicias de Misurata y las de Zintán en las proximidades del aeropuerto capitalino. Uno de éstos impactó en un depósito de combustible que contenía 6.6 millones de litros y hubo un incendio, con riesgo de explosión en receptáculos aledaños.
En los enfrentamientos de finales de julio han muerto más de cien personas y otras 400 fueron heridas. La situación es tan grave que la ONU se retiró de Libia, evacuando su personal, y otro tanto hicieron las embajadas de Estados Unidos, Italia, Francia y España, entre otras. Así es fácil: arman flor de desastre en Libia y después se van, aunque el incendio va con ellos.
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