El anticomunismo del Gobierno ucraniano y el origen de la oligarquía

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Fuente: Slavyangrad

Las recientes leyes que prohíben los símbolos históricos del comunismo (aprobadas por el Parlamento de Ucrania el pasado 9 de abril) no sólo son un regalo para la extrema derecha, sino que abren una nueva etapa en el intento de la oligarquía por reforzar su legitimidad.

Las declaraciones que afirman que “el comunismo ha muerto en Ucrania” no comenzaron cuando activistas de extrema derecha tiraron la estatua de Lenin del mercado Bessarabsky de Kiev, durante las primeras semanas del movimiento Euromaidan. Se remontan en realidad a la caída de la URSS, a principios de los años 90, y a la primera prohibición del Partido Comunista de Ucrania en 1991. La fábula entonces contada tanto por los medios de comunicación ucranianos como occidentales nos explicaba “la satisfacción que supone que el pueblo ucraniano –que ha sufrido tanto tiempo la opresión soviética– pueda ahora disfrutar de la libertad ofrecida por la democracia capitalista”. Los defensores de la liberalización añadían que una nueva clase capitalista sería capaz de revitalizar la economía post-soviética, aportando modernidad y eficiencia.

En aquella época, este entusiasmo por la economía de mercado se podía encontrar en todos los segmentos de la sociedad ucraniana, en particular entre la élite intelectual y las secciones liberales de la burocracia. Este optimismo –por mal aconsejado que estuviera– al menos podía justificarse por el hecho de que la economía soviética había permanecido estancada durante muchos años en comparación con las economías capitalistas avanzadas.

Este estancamiento, y en particular los intentos condenados al fracaso de la burocracia para hacerles frente, había afectado en profundidad a la sociedad soviética, provocando un aumento del alcoholismo, de la delincuencia violenta y de las tensiones nacionales. Todo esto alejaba aún más la promesa de “acercarse al Oeste” en términos de nivel de vida (aunque la URSS no se alejara tanto desde un punto de vista global, en particular en el caso de las categorías más modestas de la población). Por lo que respecta a la élite intelectual, ésta veía a sus homólogos occidentales cubrirse de unas riquezas que resultaban bastante inimaginables en su existencia “soviética”.

El violento nacimiento de la oligarquía

El resultado final de las “reformas” y la disolución de la Unión Soviética provocó un derrumbe económico y social que la historia nunca antes había experimentado y que no ha vuelto a conocer después. En Ucrania, esto se tradujo en un colapso del 60% en el PIB y en una reducción de cuatro años en la esperanza de vida entre 1991 y 1999. Estas cifras son de por sí escalofriantes. Y vinieron, por supuesto, acompañadas de una caída del empleo y del poder adquisitivo; de una importante degradación de las infraestructuras rurales y urbanas así como de los sistemas educativos y de salud; del deterioro paralelo de los derechos de los trabajadores; de la migración forzada de millones de personas, y del naufragio de muchos otros en el limbo del abuso de alcohol y drogas.

Mientras algunas ex repúblicas soviéticas fueron capaces de generar cierto crecimiento económico (en gran medida en el beneficio de sus oligarquías) hacia finales de los años 90, en el contexto del crecimiento económico mundial y de la estabilidad que le acompañó, Ucrania nunca se recuperó por competo de su colapso post-soviético.

La oligarquía se formó alrededor de la parte más liberal de la burocracia y de diversas mafias que aparecieron durante los disturbios de la década de los 80. Estas fuerzas a menudo surgieron con la intención de consolidar sus ganancias. La burocracia media –ligada a la gestión de las industrias estatales y de los recursos naturales– usó su posición como una palanca para la ascensión social. Aprovechó la oportunidad que suponía tomar el control de las entidades que se encargaba de gestionar.

El plan de privatización a través de sistema de bonos, que se veía con optimismo incluso por parte de la izquierda, fue un desastre. A pesar de presentarse como una oportunidad para que el pueblo soviético controlara su propia industria, la distribución de los bonos, entre una población ignorante en materia de economía de mercado y con un sistema judicial totalmente ineficaz, llevó a una situación parecida a la anarquía del “salvaje oeste” americano del siglo XIX. Los bonos sólo en raras ocasiones fueron honrados por los nuevos responsables de la industria, lo que llevó a su concentración en todo tipo de circuitos mafiosos.

Los inversores occidentales eran escasos, dado que la legislación laboral soviética resultaba más estricta con los inversores extranjeros que las que existían en Asia, por ejemplo. Además, la mayoría de las industrias ligeras más modernas, consideradas menos competitivas que la producción capitalista de mercancías, fueron masivamente privatizadas y desatendidas. Esto tuvo un efecto de bola de nieve en toda la URSS, con unas economías muy interdependientes y una producción que se movía sin cesar entre las diversas repúblicas.

Las industrias pesadas y la de materias primas se han mantenido en gran parte debido a su rentabilidad, pero eran ya sólo una sombra de sí mismas. Los oligarcas que se hicieron con estas industrias sacrificaron las normas de seguridad con el fin de aumentar sus beneficios, amenazando a los trabajadores con el despido para lograr sus fines. La industria minera de Ucrania se ha convertido en una de las más peligrosas en el mundo, con cientos de mineros que mueren cada año en accidentes evitables.

El sector financiero también ha sido privatizado, y muchos bancos se crearon en la década de los años 90 gracias al saqueo de los activos del Estado. Algunos recurrieron a estrategias “tipo Ponzi”, proponiendo a personas ingenuas grandes ganancias por la inversión de sus ahorros para acabar cerrándoles la puerta poco después. El sistema judicial apenas hizo nada para evitar esta deriva de los acontecimientos.

Cómo legitimar el robo masivo

Aunque ni desarrollaban ni modernizaban la economía ucraniana, la privatización de la gran industria estatal dio a los oligarcas el poder económico que les permitió convertirse en la nueva clase dominante. Esto llevó a la formación de partidos políticos que representaban los intereses de los diversos clanes de oligarcas, con alianzas entre ellos que fluctuaban con frecuencia. De esta forma, consiguieron reforzar su control de la economía a través del aparato estatal.

Al mismo tiempo, canales de televisión, estaciones de radio y periódicos fueron creados para representar los diferentes intereses de los clanes oligárquicos. Periodistas independientes que informaban sobre la corrupción de los oligarcas fueron despedidos, amenazados o asesinados. Esto dio lugar a la aparición de una casta de periodistas sometidos a cualquier tipo de poder con suficiente acceso a los recursos financieros. El resultado fue un buen número de reportajes, en distintos medios de comunicación, cuyo objetivo era reducir la experiencia soviética de Ucrania a una larga hambruna.

Las motivaciones de esta propaganda anti-comunista tenían poco que ver con la simpatía por las víctimas de las purgas o hambrunas de la década de 1930. Al contrario, estas tragedias fueron cínicamente utilizadas para hacer olvidar a la gente (y evitar que las nuevas generaciones los puedan conocer) los crímenes que habían permitido a los dirigentes hacerse con el poder. Debido a la falta de desarrollo económico, la gran mayoría de los activos bajo el control de los oligarcas son industrias que se habían desarrollado durante el período soviético.

El poder oligárquico en la guerra civil

La crisis de 2008 ha golpeado de manera muy dura a la frágil economía ucraniana, desencadenando una intensa crisis económica que ha culminado con el derrocamiento del presidente Yanukovich a principios de 2014, durante el movimiento Euromaidan. Su régimen oligárquico ha sido sustituido por otro aún más brutal que utiliza a grupos de extrema derecha para aplastar toda contestación, en particular la procedente de todas las fuerzas militantes de la izquierda.

Es interesante anotar que incluso las fracciones de la oligarquía nacidas en Donbass, que constituían los principales apoyos de Yanukovich, han parecido abandonarle muy pronto durante la tormenta. Akhmetov y sus secuaces también se han opuesto radicalmente al movimiento anti-Maidan así como a la rebelión anti-Kiev que le siguió. De hecho, los imperios financieros de estos oligarcas han sufrido mucho la pérdida de esta región que representaba el 40% del PIB de Ucrania antes de la guerra.

A pesar de ello, los oligarcas propulsados a la cumbre por Euromaidan están haciendo ganancias récord, utilizando la guerra civil, las privatizaciones y las duras medidas de austeridad para exprimir al máximo al pueblo ucraniano. Tratan ahora de reforzar su poder, alimentando el nacionalismo y atacando sin piedad a cualquier oposición. Tienen la esperanza de desviar así la atención de las masas respecto de la pobreza y de las desigualdades que están alcanzando un nivel nunca visto desde la independencia.

El hecho sin embargo es que, incluso un cuarto de siglo después de la caída de la Unión Soviética, la memoria de los crímenes que hicieron de la oligarquía lo que es en la actualidad sigue vivo en la memoria de los ucranianos de todo el país. Varias encuestas han demostrado que la reivindicación de la expropiación de la riqueza robada por los oligarcas es una idea popular en toda la antigua URSS. Es la lucha contra la oligarquía – y, a través de ella, contra el capitalismo– la única lucha susceptible de unificar a la clase obrera de Ucrania por encima de las divisiones nacionales. Las organizaciones que podrán llevar esta lucha adelante son todavía pequeñas y se encuentran sometidas a la represión del gobierno y de los grupos de extrema derecha, pero sólo ellas pueden aportar un principio de solución a la crisis actual.

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