Mario Casartelli
Mayo 2013
Se difunde en un diario la imagen de un grupo de manifestantes que gritan y exhiben pancartas con lemas contra Al Assad. La foto se duplica y se multiplica a través de los medios de comunicación de las multinacionales. Y se levantan voces airadas contra el Gobierno.
Luego se demuestra que esa gráfica no pasa de un retoque computarizado, en cuyo original las pancartas dicen todo lo contrario. Pero los medios de comunicación minimizan el hecho, cuando directamente no lo difunden.
También se publica la foto de un hombre que sale corriendo de una casa en llamas con un hijo en brazos, y al lado su mujer lleva el rostro cubierto por una tela negra, a la usanza de ciertas comunidades árabes. Detrás de ellos se ve un edificio humoso que acaba de ser bombardeado. Tal imagen se difunde como si ocurriese en Siria, porque, según lo escrito al pie de la misma, esa familia huye del acoso del Ejército gubernamental.
Días después se demuestra que la foto ya fue publicada un par de años atrás y que la escena sucedió en Iraq. Pero los medios de comunicación minimizan el hecho, cuando directamente ya no lo publican.
Los diarios, la televisión y las radios de las multinacionales difunden que unos niños sirios son torturados por soldados del ejército árabe sirio, y que unas mujeres son violadas por ellos. La noticia tiene amplia cobertura en los medios de comunicación mencionados.
De inmediato se demuestra que las torturas y violaciones fueron perpetradas por grupos de mercenarios instalados en Siria, que combaten contra los soldados del ejército sirio. Pero sólo las redes sociales difunden el hecho. El resto, nada. Salvo, medios alternativos -sobre todo virtuales-de comunicación.
Representantes de organismos internacionales por la defensa de los Derechos Humanos van a las zonas donde operan grupos que enfrentan al Ejército sirio. Allí realizan entrevistas a los pobladores en cuyas casas se instalan los insurgentes. La gente entrevistada (donde se incluyen niños de hasta cuatro años de edad) afirman, por ejemplo, que el gobierno les atacó y quemó sus panaderías.
No existen fotos ni filmaciones de que tales panaderías hayan sido dañadas, pero los representantes de las entidades señaladas anotan las declaraciones de los entrevistados. Y , sin corroborar si sobre lo que dicen hay pruebas o no, presentan las manifestaciones como irrefutables.
Las redes sociales difunden la filmación de un grupo de terroristas, cuando estos ejecutan a once hombres que están arrodillados, uno a lado del otro, con los ojos vendados y las manos atadas. Los ejecutores –encapuchados- los apuntan desde atrás a la cabeza y disparan. Y los arrodillados mueren, por supuesto, uno tras otro. También aparece en las redes un ya famoso video de cuando Abu Sakar, jefe de uno de los grupos insurgentes, salta sobre el cuerpo de un soldado del Ejército árabe sirio, para abrirle el pecho con un machete, y le extrae el corazón y el hígado, y se los come. Mientras tanto se oye en el fondo una voz que dice: “Que dios te bendiga, Abu Sakar, parece que estás dibujando sobre él un corazón de amor”. El hombre mira a la cámara diciendo: “Le juro a dios, soldados perros de Bachar, que comeremos vuestros corazones y vuestros hígados. Alá es grande. Mis héroes de Bab Amor, masacrad a los alulíes y sacadles los corazones para coméroslos”.
Ante estas dos últimas evidencias –ya indisimulables- los medios de información de las multinacionales no tienen más alternativa que sumarse y hacerse eco de ellas. Y la famosa frase “miente, miente que algo queda” parece perder -momentáneamente- fuerza.
Mario Casartelli (Beirut, Caracas, mayo del 2013).
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