Mario Casartelli
11 de mayo 2013
Último día en Siria. Voy a hablar de mis compañeros de ruta, por las particularidades que fue adquiriendo tal encuentro. Formamos un equipo de cinco personas. El venezolano Julián Rivas, el chileno Francisco Coloane, el argentino Santiago Foulcade y yo, el paraguayo. Aquí, en Damasco, se nos sumó el cubano Luis Brizuela. Pero siempre vamos acompañados por el sirio-venezolano Naim Chabouk, quien vino con nosotros desde Caracas. Sobre él haré referencia en otra ocasión.
En Beirut esperamos cinco días para determinar la fecha que cruzaríamos a Siria, según el curso de los acontecimientos, porque los enfrentamientos entre el ejército árabe sirio y los insurgentes se intensificaban, y la sensación de peligro extremo comenzaba a inquietarnos. A tal punto, que surgió la determinación de que un cubano que venía con nosotros, el más joven de todos, regresara a Venezuela, donde reside. Este se fue y entonces, de los seis que partimos, quedamos cinco. Y se decidió que el argentino (ya experto en estos trances) y el chileno (que ya estuvo varias veces en Siria) se adelantaran dos días, para estudiar el terreno y darnos el Ok. Cuando nos reencontramos en Damasco, nos presentaron a otro cubano: Luis Brizuela (de quien ya hablé en crónica anterior) y comenzamos a conocernos con el curso de los días.
Julián Rivas, el venezolano, de descendencia afrolatina. Es una mole enorme de estatura y devorador no sólo de libros sino también de platos culinarios, que son siempre abundantes en Siria. Y él no se amilana ante ellos. Le fascina hablar sin parar sobre el porqué de los cambios políticos en el mundo a lo largo de la historia. Y pobre de quien esté a su lado cuando habla de Venezuela, porque puede amanecer con el tema y seguir ad infinitum. La ama con tal intensidad, que estoy seguro de que si Venezuela fuese una mujer, él abandonaría de inmediato a su esposa por ella. Pero sabe tanto –tanto- de historia y de tramas sociales, que no queda más remedio que poner oídos a lo que él dice. Y aprender.
Sin embargo, Luis Brizuela, el cubano, calla y escucha, aunque es master en Política Internacional. O acaso por eso mismo sopesa con minucia cada hecho, para después emitir su opinión. Y yo creo que su silencio no es humildad, como sostienen algunos, sino sabiduría.
El argentino Santiago Foulcade, también raras veces opina. Él es todo lo contrario de la imagen del “chanta” que en nuestros países de América del Sur tenemos de los porteños. Acaso su experiencia en estos menesteres le ha dado otros modos de ver las cosas. Es camarógrafo y escribe.
Envía sus trabajos para un diario de México, donde reside desde hace años, y para el diario La Nación, de Argentina. Estuvo en Iraq, en Gaza, en Jordania y también en Bengasi, durante los tramos finales de la vida de Kadafy. «Libia perdió y Kadafy murió con los suyos porque allí se metieron los europeos», me dice. Le pregunto por qué los europeos. Y me responde que él que se encontraba filmando muy cerca cuando los tanques del ejército libio acorralaron la ciudad y estuvieron a punto de retomarla: «En ese momento hubiera vencido definitivamente Kadafy. Pero de inmediato aparecieron los aviones de la OTAN y en cinco minutos destrozaron todo».
El chileno Francisco Coloane, erudito analista política internacional, vive alerta con todos los poros de su ser. Y es un sabueso para husmear cuando algo o alguien pasa. De inmediato hace uso de su buen conocimiento de la lengua inglesa -que aprendió viviendo años en los EEUU- y va sonsacando datos a quien cruce en su camino. Pero lo hace con suma cautela, porque es consciente -acaso hasta la obsesión- del peligro que corremos en Siria. Ya hablé de ello en crónicas anteriores. Francisco aparece cada mañana con un papel donde trazó toda la noche mapas estratégicos de movilización militar. Él investiga a profundidad no solo lo que ocurre hoy en Siria, sino los pasos que debemos y no debemos dar por nuestra propia seguridad. Este estado psicológico nos costó diatribas entre compañeros.
Es que estar aquí, oyendo el estruendo continuo de la artillería que, según nos informan, apunta a blancos que están a sólo 15 kilómetros de Damasco, nos pone con la susceptibilidad a flor de piel. Pero el alivio es, como también ya dije, que los atacantes retroceden cada vez más. Y, según fuentes no oficiales, las bajas entre ellos se acercan a mil muertos por día.
En fin, era todo lo que hoy quise contar. Porque realizaremos un último recorrido en Damasco, con la esperanza de llegar sanos y salvos a Beirut, y desde allí transcribir algunas de las no pocas entrevistas realizadas.
Mario Casartelli (Damasco, 11 de mayo de 2013).
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