Apuntes sobre la construcción europea. Contribución a un debate fundamental (II)

De izquierda a derecha, el maastrichtiano Jean-Luc Mélenchon, Alexis Tsipras y Pierre Laurent, ex-presidente del PIE y secretario nacional de esa cosa que se hace llamar PCF. Entre europeístas se entienden.

Después de haber detallado los orígenes de la construcción europea, pasemos ahora a hablar algunos mitos defendidos por cierta izquierda europeísta, para ayudar a clarificar las posiciones de la izquierda sobre la cuestión de la UE.

Mito nº1: Otra Europa es posible

En realidad, lo expuesto anteriormente ya es más que suficiente para responder a la pregunta de si sería posible una UE al servicio de las clases trabajadoras. Pero quisiera refutar esta creencia haciendo solamente uso de una cuestión jurídica que hace que sea matemáticamente imposible reformar la UE en beneficio de las clases trabajadoras, y sobre la cual la izquierda europeísta suele guardar silencio.

Y es que, en virtud del artículo 48 del Tratado sobre la Unión Europea (TUE), modificar los tratados europeos –véase por ejemplo modificar el artículo 63 del Tratado sobre el Funcionamiento de la Unión Europea, que garantiza la imposibilidad de controlar los flujos de capitales– requiere de la unanimidad de los 27 Estados de la UE (doy por hecho que a efectos prácticos el Reino Unido habrá abandonado pronto la UE). Si los que abogan por “otra Europa” ni siquiera son capaces de convencer a sus propios compatriotas –pues la “otra Europa” que quieren IU/Podemos, no es la misma que quiere el PSOE, como tampoco es la que quieren conservadores, ecologistas, independentistas, etc.– ¿cómo pretenden hacernos creer sin sonrojarse que pueden obtener la unanimidad de otros 26 Estados? Es del todo imposible.

A esto hay que añadir que además de la imposibilidad matemática de que los 27 Estados miembros tengan simultáneamente el mismo color político, hay que señalar que, independientemente del partido político en el poder, los Estados miembros de la UE, que son países capitalistas, tienen intereses nacionales totalmente divergentes. Algunos países del este de Europa por ejemplo, que se benefician de las deslocalizaciones provenientes del oeste europeo, se opondrían con firmeza a toda restricción de los flujos de capitales. Lo mismo ocurriría con países como Luxemburgo, Malta u Holanda, cuyas economías se basan en gran parte en las finanzas. Alemania se negaría vehementemente a que los demás países miembros estuviesen en condiciones de devaluar el euro. Lo mismo ocurre con Finlandia. El veto de un único país miembro de la UE bastaría para echar al traste cualquier proyecto de reforma de los tratados. Los más lúcidos habrán comprendido que esta disposición no es fruto de la casualidad: está pensada expresamente para que la UE sea irreformable.

Mito nº2: Es posible salir del euro sin salir de la UE

Contrariamente a lo que parecen pensar algunos partidos de izquierda, los países que están en la zona euro no pueden volver a su antigua moneda nacional sin salir de la propia UE. Esa también es la postura de partidos de la derecha radical-populista como el Frente Nacional francés.

Posiblemente en este momento algún lector esté pensando en países como Reino Unido, Dinamarca, Suecia, que forman o han formado parte de la UE sin estar dentro de la eurozona. Efectivamente, en el caso de estos países, ha sido posible evitar tener el euro como moneda común. Pero insisto, esto no sería posible en el caso de otros países como España, Francia, Alemania, etc.

De los 27 Estados miembros de la UE –28 si incluimos al Reino Unido– sólo 17 de ellos utilizan la moneda común. De los 10 países restantes, hay que identificar tres grupos diferentes:

1) Países que ratificaron el Tratado de Maastricht pero que aún no cumplen los requisitos para adoptar la moneda común. Estos países son: Bulgaria, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa y Rumanía. Estos países se han comprometido a adoptar el euro, cosa que normalmente -y digo bien «normalmente»- estaba prevista en el calendario de la integración europea.

Es interesante señalar casos de países como República Checa, país que ya reúne los criterios de convergencia para adoptar el euro, cosa que estaba prevista para el año 2012, pero que ha ido retrasando su incorporación a la eurozona por el enorme rechazo que ello generaría en el pueblo checo, y al verse los efectos desastrosos que genera en la economía de otros países de la eurozona.

2) Países que ratificaron el Tratado de Maastricht con una cláusula de exención sobre la moneda común. Estos países son el Reino Unido –que de todas formas va a salir pronto de la UE– y Dinamarca.

El Reino Unido ratificó en 1992 el Tratado de Maastricht haciendo uso de lo que en derecho internacional se llama “derecho de reserva”, cosa que le permitió ratificar la casi totalidad del tratado, excepto los puntos referidos a la moneda común. De hecho, cualquier otro país de la UE podría haberse opuesto a que el Reino Unido formara parte de la UE en estas condiciones, haciendo uso de un derecho de veto, pero ningún gobierno europeo protestó. Lo cual era lógico porque Washington necesitaba tener al Reino Unido en la UE para disponer de un caballo de Troya para asegurar su tutelaje del proceso de construcción europea.

Dinamarca en cambio sí aceptó en un principio la totalidad del Tratado de Maastricht, pero éste fue posteriormente rechazado por el pueblo danés tras un referéndum en 1992. Debido a ello, el gobierno danés ratificó el Tratado derogando algunos puntos del mismo, incluyendo la moneda común, cosa que se hizo oficial con la Declaración de Edimburgo de los días 11 y 12 de diciembre de 1992. Declaración que por cierto decía claramente que sus disposiciones se aplicaban exclusivamente a Dinamarca “y a ningún otro Estado miembro, ni presente ni futuro”.[1]

3) Países que ratificaron el Tratado de Maastricht sin cláusula de exención sobre la moneda común, pero cuya entrada en la eurozona está condicionada por referéndum posterior. Éste es solamente el caso de Suecia.

Después de ratificar el Tratado de Maastricht en 1992, el gobierno sueco decidió esperar a que la entrada en la zona euro fuese confirmada vía referéndum, esperando que la aparición del euro bajo forma fiduciaria en 2002 generaría tanto entusiasmo que el pueblo sueco no podría oponerse. El problema es que pese a una brutal campaña propagandística por parte del gobierno, en 2003 el pueblo sueco dijo “no” al euro.

Desde entonces, Suecia se encuentra en una situación contradictoria desde el punto de vista jurídico: por una parte el gobierno está comprometido en adoptar la moneda común, pero por otra debe aceptar la decisión soberana de su ciudadanía. Estaba previsto convocar un ulterior referéndum para tratar de hacer efectiva la entrada en la eurozona, pero ello no se termina de hacer, porque en la situación actual el resultado de un eventual referéndum en Suecia podría ser aún más desastroso para los europeístas.

En resumen un país , lo diré de una forma que parece de Perogrullo: Reino Unido, Dinamarca y Suecia no han formado parte de la zona euro… porque no han entrado en el euro. Esto no es el caso de España, ni de otros países como Francia, Alemania, Italia, etc. El derecho de “reserva” que hubiese permitido ratificar el Tratado de Maastricht, evitando adoptar la moneda común es algo que debía ser utilizado antes de la ratificación del Tratado. Ahora es demasiado tarde para España para salir del euro sin salir de la UE. No existe, en el Tratado de la Unión Europea (TUE) aprobado en 2007 en Lisboa, ninguna cláusula que lo permita. De hecho, el artículo G del título II del Tratado de Maastricht lo dejaba además muy claro, subrayando que la adopción de la moneda común tiene carácter “irreversible”.

En cambio, sí existe una forma de salir de la zona euro y recuperar nuestra soberanía monetaria, que es la salida unilateral de España de la UE, aplicando el artículo 50 del TUE, que determina que “todo Estado miembro podrá decidir, de conformidad con sus normas constitucionales, retirarse de la Unión”.[2]

Esta señora lleva años riéndose de los franceses al prometerles que sería posible que Francia recupere su soberanía monetaria sin salir de la UE. Recientemente el Frente Nacional ha tenido que superar esta contradicción, eliminado la salida del euro de su programa.

Mito nº3: Los partidarios de salir de la UE son xenófobos

“Se nos acusa de estar contra Europa, ¡es absurdo! Francia es la nación más antigua de Europa, pero no estoy a favor de cualquier Europa. Es la Europa de las patrias lo que queremos.”

“Si Jean-Marie Le Pen es elegido para la presidencia de la República, no propondrá la salida del euro, pero propondrá cambio recuperar poderes fundamentales en material fiscal.”

(Jean-Marie Le Pen y Bruno Gollnisch –número 2 del Frente Nacional–, El Frente Nacional busca matizar su discurso sobre Europa, Agencia de Noticias AFP, 16 de Junio de 2006)

Podemos reconocer que en un país como el Reino Unido, la salida de la UE ha sido abanderada por el UKIP, un partido conservador y liberal, bastante escorado hacia la derecha, incluso con algunos tintes xenófobos, pero que de ninguna manera se puede considerar de extrema derecha, y que a diferencia de otros, sí quería que el Reino Unido saliera unilateralmente de la UE por medio del artículo 50 del TUE.

¿Por qué insisto en este detalle? Porque contrariamente a lo que se suele pensar, la inmensa mayoría de los partidos europeos de extrema derecha en la UE -y en particular los partidos que forman parte de la alianza Movimiento Europa de las Naciones y las Libertades, donde se encuentran, entre otros, el Frente Nacional francés, el FPÖ austriaco, el Vlams Belaang de Bélgica, el Partido por la Libertad de Holanda o el partido Alternativ für Deutschland de Alemania- no quieren salir de la UE. Al igual que la izquierda alter-europeísta, lo que plantean es «otra Europa». Su posición con respecto a la construcción europea no pasa de lo que se llama «euroescepticismo».

Tomemos por ejemplo el partido que en el imaginario colectivo suele representar el paradigma del “euroescepticismo” de extrema derecha, el Frente Nacional (FN) francés. Ya en 2012, el programa que Marine Le Pen había presentado para las elecciones presidenciales (disponible en el siguiente enlace: http://www.frontnational.com/pdf/projet_mlp2012.pdf) proponía, respecto de la UE y los tratados europeos, el «establecimiento de una Unión paneuropea, de los Estados soberanos, incluyendo a Rusia y a Suiza». 

Además, en un ejercicio de la manipulación electoralista (disciplina en la cual el FN es un auténtico maestro), se decía en el mismo programa que «en el marco del artículo 50 del Tratado sobre la Unión Europea, se iniciará una renegociación de los tratados para romper con la construcción europea dogmática en fase de fracaso total”. Sobre esto, dos observaciones: a) el FN lo decía muy claramente: no se trata de salir de la UE ni de cuestionar el principio de construcción europea, sino de rechazar la «construcción europea dogmática», con lo cual implícitamente el FN decía que está a favor de «otra Europa»; b) ¡el artículo 50 del TUE no sirve para «negociar» nada, sirve únicamente y exclusivamente para poner en marcha el procedimiento de salida de la UE!

Este análisis había sido confirmado en junio de 2016 por Louis Aliot, pareja sentimental de Marine Le Pen y vice-presidente del FN, que declaró que el triunfo del ‘Brexit’ «es la ocasión soñada para reconstruir la Europa de las naciones”.[3] Pocos días después, Marion Maréchal-Le Pen, sobrina de Marine, calificaba a la UE como un “monstruo frío” –que no dudó en comparar con la Unión Soviética para de paso poder criminalizar el comunismo–, pero no obstante afirmaba desear “el fin de la Unión Europea para la construcción de una Europa diferente, una Europa de las naciones y la soberanía”.[4]

Todo esto, que ya se sabía antes de las elecciones presidenciales de 2017, fue confirmado con creces durante estas mismas elecciones. En el programa de Marine Le Pen para la primera vuelta de las elecciones presidenciales (disponible en el siguiente enlace: https://www.marine2017.fr/wp-content/uploads/2017/04/circulaire_officielle_marine.pdf) se hablaba de “recuperar nuestra libertad al devolver al pueblo francés su soberanía» y de «convocar un referéndum sobre nuestra pertenencia a la Unión Europea”. Esta vez ni siquiera se hacía mención del artículo 50 del TUE. ¿Y qué garantiza además que vaya a salir el “sí” a la salida de la UE en caso de que haya un referéndum, si precisamente el candidato supuestamente euro-escéptico no ha hecho campaña por ello?

A continuación, en el mismo párrafo se decía que “el objetivo es conseguir un proyecto europeo respetuoso de la independencia de Francia, de las soberanías nacionales y que sirva a los intereses de los pueblos”Por lo tanto, está muy claro que el objetivo no es salir de la UE, sino conseguir “otra Europa”.

Y la cosa no se detiene aquí. En el programa que presentó para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales (disponible en el siguiente enlace: http://www.cnccep.fr/les-candidats/lepen.pdf) se volvía a proponer lo de siempre, es decir, «renegociar los tratados europeos para recuperar nuestra soberanía y construir una Europa de las naciones”, pero ya ni siquiera se hablaba del famoso “referéndum” para preguntar sobre la pertenencia de Francia a la UE. La cuestión del euro era totalmente ignorada.

Por lo tanto, parece que la izquierda alter-europeísta tiene mucho más en común con el FN de lo que quisiera creer, pues ambos son incapaces de pensar en otras coordenadas que no sean las que determina la construcción europea

Además, curioseando en la página web de Alternativ für Deutschland (AfD), he podido ver que en relación a cuestiones de la UE, AfD se limita a hablar del euro, diciendo que «el negocio del euro era: ninguna responsabilidad por las deudas de otros países y ninguna deuda del gobierno por encima del 60% del producto interior bruto. Estas reglas han sido destruidas. Es por eso que Alemania tiene que cancelar el acuerdo de transferencia y salir de la zona del euro.» Pero claro, como ya hemos visto anteriormente, no se puede salir legalmente de la eurozona sin salir de la UE misma (cosa que no es mencionada en ninguna parte), con lo cual la proposición programática de AfD es una tomadura de pelo.

Por una cuestión de honestidad intelectual, debo reconocer que en su página web, el ultra-islamófobo Partido de la Libertad de Holanda expone en su página web, en un documento cutrísimo de apenas unas pocas líneas y que no ocupa ni una página (no se puede tener acceso a otro programa más detallado, cosa que en sí ya es muy sospechosa), apenas se dicen estas pocas palabras: «Unos Países Bajos nuevamente independientes. Por lo tanto fuera de la UE.»  Pero haría falta investigar más.

En la web del FPÖ austriaco directamente no aparece publicado ningún programa.

Quisiera profundizar en la cuestión de si el anti-europeísmo es per se asociable a la extrema derecha, remontándome a los orígenes ideológicos del europeísmo. No es cuestión de negar el carácter xenófobo de cierta extrema derecha anti-inmigracionista y euroescéptica (eso sí, de palabra). Pero si existe una ideología que hunde sus raíces en el racismo más genuino, ésa es el europeísmo. ¿En qué me baso para afirmarlo? El origen ideológico de la idea de una Europa unida se remonta al discurso de 1849 sobre los “Estados Unidos de Europa” del escritor francés Víctor Hugo, autor de Los Miserables. A este discurso hacen frecuentemente referencia los europeístas para justificar el proyecto de construcción europea. Veamos algunos ejemplos.

El ex-primer ministro francés Lionel Jospin –sionista y antiguo cuadro de la trotskista Organización Comunista Internacionalista[5]– declaró el 18 de febrero de 2002, año del centenario del nacimiento del escritor francés, que “Víctor Hugo desarrolló una visión profética de los Estados Unidos de Europa. El mensaje de paz y unidad que nos dejó Víctor Hugo debe seguir inspirando el proyecto europeo. Para que la Unión Europea, sin perder en nada su ambición, se extienda a otros países […] Al mismo tiempo que completa su unidad, Europa debe ofrecer al mundo un modelo basado en la paz, la democracia, la solidaridad y el pluralismo”.

Jean François-Poncet, antiguo ministro de asuntos extranjeros de Francia bajo la presidencia de Giscard d’Estaing, dijo el 20 de febrero del mismo año que “Víctor Hugo es el padre espiritual de la Unión Europea”.

Más elocuente aún: el 25 de noviembre de 2003, Jean-Pierre Raffarin, antiguo primer ministro de Francia bajo la presidencia de Jacques Chirac, dijo en la Asamblea Nacional, citando el discurso de Víctor Hugo, que: “La predicción de Víctor Hugo en el Congreso de la Paz de 1849 se ha hecho realidad: ‘un día llegará en que vosotros, Francia, Rusia, Inglaterra, Alemania, os fundiréis estrechamente en una unidad superior y constituiréis la fraternidad europea’”.

Aparte de que el señor Raffarin no parecía haberse enterado de que Rusia no forma parte de la UE –al contrario, más bien parece que la UE está diseñada para ser hostil a ella– se cuidaba de citar enteramente el discurso de Víctor Hugo. De haberlo hecho, se habría sabido que Hugo también dijo lo que viene a continuación:

“Suponed que los pueblos de Europa, en lugar de desafiarse unos a otros, envidiarse unos a otros, odiarse, se hubiesen amado; suponed que hubiesen dicho que antes de ser franceses o ingleses, o alemanes, se es hombre, y que si las naciones son patrias, la humanidad es una familia…

¿Saben ustedes qué habría pasado? ¡El rostro del mundo había cambiado! ¡Los istmos habrían sido cortados, los ríos excavados, las montañas agujereadas, y los ferrocarriles cubrirían los dos continentes, la marina mercante se habría centuplicado, y no habría en lugar alguno ni landas, ni barbechos, ni pantanos; se construirían ciudades allá donde no hay más que soledad; se excavarían puertos allá donde no hay más que escollos; Asia sería devuelta a la civilización, África sería devuelta al hombre; la riqueza brotaría de todas partes de todas las venas del globo con el trabajo de los hombres, y la miseria se extinguiría! ¿Y saben ustedes lo que se extinguiría con la miseria? Las revoluciones.

¡Sí, el rostro del mundo cambiaría! ¡En lugar de desgarrarse entre sí, nos extenderíamos pacíficamente sobre el universo! ¡En lugar de hacer revoluciones, haríamos colonias!
¡En lugar de traer la barbarie a la civilización, traeríamos la civilización a la barbarie!”

Estas palabras parecen sacadas de un discurso de George W. Bush, y son profundamente racistas: “Asía sería devuelta a la civilización”, es decir que en Asia reina la barbarie,[6] y “África sería devuelta al hombre”, es decir que allí no viven hombres, sino probablemente simios. Por lo tanto, es el europeísmo quien hunde sus raíces ideológicas en el racismo. Son los europeístas los que siguen una tradición racista y xenófoba, y no los anti-europeístas. De hecho, es profundamente racista la creencia de que los españoles tengamos que sentirnos más cercanos de los estonios, los finlandeses o los eslovacos, países con los que no tenemos lazos históricos o culturales, que de Venezuela, Cuba, México, etc. países con los que sí tenemos lazos históricos o de idioma, o de países geográficamente cercanos como Marruecos o Argelia… ¡o de cualquier otro país, se llame China, Brasil o Sudáfrica!

Y es que además, se puede observar que la construcción europea encaja geográficamente con lo que establecía la tesis del “choque de civilizaciones” del neoconservador Samuel P. Huntington. En este momento, Norteamérica y la inmensa mayoría del espacio que engloba la UE pertenecen a lo que Huntington clasificaba como “civilización occidental”. Algunos países de la UE, como Grecia, Rumanía o Bulgaria –naciones de “raza blanca” al fin y al cabo– están dentro de la “civilización ortodoxa”, pero esto no es más que la excepción que confirma la regla. Si nos fijamos en el mapa, podemos observar que la extensión de la UE se ha detenido a las puertas de Rusia, país que no parece estar destinado a formar parte de “Europa” a menos que quede destruido y despedazado a manos del imperio euro-atlantista.

Esto nos indica que, lejos de aislarse del resto del mundo, la salida de la UE implica abrirse mucho más al resto del mundo. No es, por lo tanto, la salida de la UE, sino la permanencia en la misma lo que nos aísla del resto del mundo, porque nos introduce de lleno en el choque de civilizaciones y su visión racista y neo-colonialista del mundo.

Con una excepción más o una excepción menos, el perímetro de la «construcción europea» se asemeja curiosamente a lo que refleja el mapa del «choque de civilizaciones» de Samuel P. Hungtinton. ¿Por qué la izquierda alter-europeísta le hace el juego a estas ideas racialistas?

Siguiendo con el ejemplo de Francia, y negando que las posiciones euroescépticas sean de extrema derecha, recordaremos al lector que hasta los años 80 el PCF se había caracterizado precisamente por un feroz anti-europeísmo. Ya hemos visto anteriormente que la construcción europea actual es un proyecto de inspiración estadounidense. El lector podrá comprobar a continuación que no se trata de ninguna idea “conspiracionista”: es la posición que defendió el PCF entre 1945 y aproximadamente 1980.

En 1947, Maurice Thorez, secretario general del PCF, ya afirmaba que “los capitalistas americanos tienen por objetivo el extender su hegemonía sobre Europa y el mundo entero”.[7]

En 1969, Jacques Denis y Jean Kanapa, dirigentes del PCF (Kanapa era miembro del Buró Político y muy próximo a Jean-Paul Sartre), escribían lo siguiente en una obra titulada ¿Por o contra Europa?:

“Desde su primeros pasos, la construcción europea reviste rasgos muy particulares […] En nombre de la Europa pacífica, [ella] organizaba un bloque militar agresivo dirigido contra la parte socialista de Europa. Desde su nacimiento, portaba pues la tara del atlantismo, es decir del liderazgo americano.”[8]

En 1979 –año en que se celebraron las primeras elecciones europeas–, un colectivo de dirigentes del PCF publicó un ensayo titulado Europa: Francia en juego, donde se analizaba la construcción europea y se explicaban las raíces del europeísmo en base al materialismo histórico. En su prefacio, el ex-miembro del Comité Central Maxime Gremetz –hoy el PCF le ha retirado su carné de miembro– explicaba que el Plan Marshall suponía un apoyo estadounidense a una “comunidad europea” con la cual los Estados Unidos podrían “mantener relaciones de señor feudal a vasallo”.[9]

Gremetz explicaba que durante la firma del Tratado de Roma en 1957, el Departamento de Estado de los Estados Unidos envió un telegrama a los “padres fundadores” en el que se decía que “los Estados Unidos tienen la intención de darle a la comunidad del carbón y del acero un fuerte apoyo, justificado por la importancia de la unificación política y económica de Europa”. Según el análisis del PCF, el gobierno de los Estados Unidos pretendía así levantar las limitaciones a la producción de acero impuestas a la RFA para permitir su re-militarización en el nuevo contexto de Guerra Fría.

El interés de los estadounidenses era así resucitar los famosos konzern que habían colocado a Hitler en el poder, en nombre del anticomunismo. Gremetz escribía: “…esos eran los padrinos de la Europa de los seis: los americanos, los monopolios industriales más potentes de la época, los partidarios del rearme alemán.”[10]

Por decir estas mismas palabras, hoy Gremetz sería tildado de «xenófobo» y de «imperialista» por la izquierda post-comunista y por los euro-trotskistas.

Después, Gremetz añadía:

“Una vez más, y desde el primer momento [los comunistas] manifestaron su ardiente adhesión a esta libertad esencial que es la independencia nacional […] Recordaron hasta qué punto el alineamiento detrás de las intenciones de Washington, la alianza preferencial y desigual con la RFA eran sinónimos para Francia de degradación nacional […] Desde hoy, en Denain como en Longwy, decenas de miles de obreros siderúrgicos manifiestan detrás de pancartas que proclaman: “Quieren construir Europa rompiendo Francia”.”[11]

El PCF ya era en ese momento eurocomunista. Había renunciado a la dictadura del proletariado y estaba alejándose de la URSS. Pero se oponía con ferocidad a la construcción europea y al federalismo europeo bajo hegemonía estadounidense. Si hoy existiera el PCF auténtico –y no esa cosa que hoy se hace llamar “PCF”–, defendería la salida unilateral de Francia de la UE. Por la paz entre los pueblos, por el internacionalismo, por el socialismo.

Hoy en cambio, el PCF es un partido totalmente europeísta, cuyas posiciones con respecto a Europa no solamente difieren, sino que se encuentran en el extremo opuesto de las que defendía, no ya en 1945, sino incluso en 1979.

«¡No! Francia no será un país colonizado. ¡Americanos en América!» Durante los años 50, el PCF sabía muy bien lo que era la «construcción europea».

Mito nº4: la UE asegura la paz

Los europeístas suelen vender la construcción europea como una garantía de paz, puesto que los países europeos no han estado en guerra entre sí desde finales de la II Guerra Mundial. Veamos algunos ejemplos. En 1992, el ministro de Asuntos Extranjeros de Francia Roland Dumas llamaba en la Asamblea Nacional a votar “sí” al tratado de Maastricht diciendo que: “Vine al mundo adulto en un clima de horror y crímenes […] es en primer lugar por ello que deseo una Europa unida, y que quiero que sea irreversible”.

El mismo año, el presidente francés François Mitterrand también invitaba a votar “sí” a Maastricht diciendo que “si no hubiésemos retocado esta política extranjera –se refería a la política exterior de los Estados-naciones antes de Maastricht–, habríamos corrido el riesgo de sufrir guerras terribles, que deben pertenecer al pasado”.

Y en una alocución por televisión dirigida al pueblo francés para votar “sí” en el referéndum de 2005 sobre la Constitución Europea, Dominique Strauss-Kahn afirmaba antes sus conciudadanos:

“En 50 años, la construcción de Europa ha permitido fortalecer la paz. En aquellos territorios en los que los libros de historia nos relatan que los conflictos han sido irrigados con sangre de soldados que han dejado allí sus vidas, hemos construido lo que jamás la humanidad había logrado construir: un espacio de paz, organizado por la razón, el derecho, y no por la fuerza y los cañones.”

Pero estos argumentos son falaces. Si no ha habido guerra entre países europeos durante casi toda la segunda mitad del siglo XX, no ha sido gracias a la construcción europea, sino que ha sido buena y sencillamente porque entre 1945 y 1989 Europa estuvo dividida en dos bloques irreconciliables –el campo socialista y el campo capitalista-imperialista– que se mantuvieron en estado de Guerra Fría ante la amenaza de Destrucción Mutua Asegurada (MAD) que suponían las cabezas nucleares que había a un lado y otro del telón de acero.

Y es que además, en la actualidad la UE no garantiza la paz, sino todo lo contrario: la UE nos ata a la alianza atlantista y a la política exterior estadounidense, lo cual nos conduce hacia la guerra. El Tratado de Maastricht de 1992 mencionaba ya las palabras “OTAN” y “alianza atlántica”. Este tratado, que creó una “Política Extranjera y de Seguridad Común” (PESC), evocaba expresamente la alianza militar atlántica con los Estados Unidos, en el apartado titulado “Declaración relativa a la Unión de Europa Occidental”.

Actualmente, el artículo 42 del TUE precisa que la UE “respetará las obligaciones derivadas del Tratado del Atlántico Norte para determinados Estados miembros que consideran que su defensa común se realiza dentro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y será compatible con la política común de seguridad y de defensa establecida en dicho marco.”

Pero en los hechos, cuando se dice que la Política Común de Seguridad y Defensa de la UE debe “respetar” las obligaciones de algunos países con la OTAN, ello significa subordinarse a la OTAN, puesto que 22 de los 28 Estados miembros de la UE –que representan más del 94% de su población, es decir la práctica totalidad de la UE– son miembros de la alianza atlántica.

Y por si fuera poco, en la página web del Eurocuerpo, el “cuerpo militar europeo” integrado por Alemania, Francia, Bélgica, España, Luxemburgo y los Estados Unidos, y que participa en misiones en Kosovo y Afganistán, aparece el siguiente eslogan: “Cuerpo europeo: una fuerza para la Unión Europea y la Alianza Atlántica”.

Es por todo ello que relevan de una cierta ingenuidad las palabras de Willy Meyer en el nº298 de Mundo Obrero, órgano de expresión del PCE, cuando escribía que “uno de los motivos del fracaso del proyecto regional de la Unión Europea [es que] desde su creación, no entendió el papel relevante en la creación euroasiática con relaciones estrechas regionales con Rusia y China”. Pero camarada Meyer, no es que la UE no lo “entendiera”, ¡es que desde sus mismos inicios, la UE no es otra cosa que un instrumento de vasallaje de los países europeos para someterse a los intereses de Washington!

Por lo tanto, la pertenencia a la UE no asegura la paz entre los pueblos, sino todo lo contrario: ata la política exterior de nuestros gobiernos a los intereses de Washington, conduciéndonos hacia una confrontación muy peligrosa con Rusia y con el mundo arabo-musulmán, de acuerdo con la tesis del “choque de civilizaciones”, como ya hemos visto antes.

Conclusiones

Por todo lo dicho anteriormente, la única posición coherente con la denuncia del carácter anti-popular de la UE, o con el reconocimiento de la imposibilidad de todo proyecto de transformación social dentro de la UE, es abogar sin vacilaciones por la salida unilateral de la UE, aplicando el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea. Esto es lo que habría que concluir por una mera cuestión de lógica. Pero parece que en la izquierda “europeísta muy a pesar de ella” se produce en última instancia un cortocircuito que impide llegar a esta lógica conclusión. Esto demuestra hasta qué punto la ideología europeísta ha calado hondo en la izquierda.

En su discurso en el mitin central de las últimas fiestas del PCE, José Luis Centella, afirmaba con mucha razón que “en la UE no es posible el desarrollo de políticas democráticas, sociales” y que “la UE es irreformable y [que] es incompatible con la soberanía de los pueblos, y cualquier tipo de política transformadora y no digamos ya revolucionaria”. También decía que “no es posible emprender una vía de ruptura en los países miembros de la UE sin romper con la Union Europea”.

Sin embargo, acto seguido, Centella concluía que “es urgente que la izquierda europea asuma de una forma clara la necesidad de una confrontación con la Unión Europea, para desde otro marco plantear la Alternativa de una Europa Democrática, Solidaria, Social”.[12] Lo cual viene a ser lo mismo que decir: “sí, pero no; no, pero sí”. Lenguaje contradictorio, aparentemente rupturista, que hablará de cualquier cosa menos de lo fundamental, a saber la necesidad de salir de la UE.

Si el mismo Centella reconocía el carácter irreformable de la UE, entonces ¿a qué se refiere con la construcción de una “Europa democrática”? ¿Pretende que los 27 países salgan todos de la UE, para luego ponerse de acuerdo en fundar otra Unión Europea? ¿Pretende que varios países de la UE logren convencer a los tecnócratas de Bruselas para que dejen paso a la “alternativa”? ¿Pretende que se les pueda torcer el brazo por medio de una revolución social que se diera al mismo tiempo en todos o en una mayoría de los países de la UE? Esto es del todo imposible. Este tipo de esquema, que evoca un tipo de “revolución permanente” soñada por los trotskistas, no se ha producido nunca en ningún lugar del mundo ni se producirá jamás.

Lo peor es que algunos meses después, en una entrevista a RT en mayo de 2017, Centella declaraba que «Nosotros creemos la UE es un fracaso… para la humanidad, para los trabajadores y las trabajadoras, no para la banca. Nosotros creemos que la UE no se puede reformar, hay que transformarla, hay que cambiar por una Europa social, una Europa de los pueblos…»[13] Aunque parezca una broma de mal gusto, el lector ha leído muy bien: lo que Centella vino a decir fue «la UE no se puede reformar, por lo tanto vamos a reformarla».

La salida unilateral de la UE por parte de cada Estado miembro es la única alternativa viable que permita ofrecer un horizonte a los trabajadores. Y no se trata de darse aires de radicalidad. Al contrario, se trata de la única opción realista que puede ofrecer una solución al sufrimiento de las clases populares. Si mientras afirmamos que el desarrollo de políticas democráticas y sociales es incompatible con la pertenencia a la UE, dejamos la salida de la UE para las calendas griegas, buscando un hipotético acuerdo con otros países, o el surgimiento de un movimiento “euroescéptico” a escala continental para alcanzar la tan deseada “alternativa”, podemos estar seguros de que seguiremos encerrados en la UE ad eternum, con todo lo que ello supone de sufrimiento para las clases populares. El pueblo francés no esperó a que hubiese surgido un movimiento contra el absolutismo y el feudalismo en otros países de Europa para tomar la Bastilla. Los bolcheviques no esperaron a que la revolución socialista triunfara en otros países de Europa para tomar el Palacio de Invierno. Tampoco esperaron a que siguieran otros países para iniciar la construcción del socialismo en la URSS. Hugo Chávez no esperó a que surgieran varios gobiernos progresistas y patriotas en América Latina para intentar devolverle el poder al pueblo en 1992. La historia demuestra que sucede lo contrario: suele ser una chispa lo que enciende el resto de la pradera.

En este momento, después del ‘Brexit’ muchos pueblos de Europa están esperando a que un país de la Europa continental dé el pistoletazo de salida. Es por ello que todo comunista o persona que sea consecuentemente de izquierdas debería alegrarse por el ‘Brexit’, porque ello ha supuesto el fin de un mito, a saber el de la irreversibilidad de la integración europea. Las cuestiones mencionadas por Marina Albiol relativas a “una salida que no cuestiona el modelo económico en su conjunto y que viene impulsada por posiciones de derechas” representan un problema que deberá resolver la clase trabajadora británica y nadie más.

Con mucha visión de futuro, en su discurso ante el XIX Congreso del PCUS (1952), Stalin decía:

“Antes la burguesía era considerada el jefe de la nación, ella defendía los derechos y la independencia de la nación poniéndolos “por encima de todo”. Ahora ya no ha quedado ni rastro del “principio nacional”. Ahora la burguesía vende los derechos y la independencia de la nación por dólares. La bandera de la independencia nacional y la soberanía nacional ha sido arrojada por la borda. No hay duda de que esta bandera la tendrán que levantar ustedes, los representantes de los partidos comunistas y demócratas, y llevarlo adelante, si es que quieren ser patriotas de su país, si quieren ser una fuerza dirigente de su nación. Nadie más la puede levantar.”

Así, el hecho de que la salida de la UE haya sido “impulsada por posiciones de derechas” debería ser motivo de autocrítica por parte de la izquierda, que después de tantísimos años siendo incapaz de ofrecer otra cosa que no sea “otra Europa”, ha entregado en bandeja de plata a la derecha populista y a la extrema derecha la bandera de la soberanía nacional y la defensa de las clases populares. Cosa que además ha sido facilitada por la concepción como “nacionalismo” –véase “fascismo”– de la defensa de la soberanía nacional propia de un cierto discurso de 1968.[14]

Así se explica que en Francia el FN sea hoy el partido más votado por la clase obrera. Una vez que la izquierda ha desaparecido del terreno de batalla, ahora las clases populares son seducidas por el discurso demagógico de la extrema derecha. Este es el papel criminal que ha desempeñado la izquierda europeísta por desoír los consejos de Stalin.

Un año antes de morir, en su discurso ante el XIX Congreso del PCUS, Stalin advertía a los partidos comunistas de Europa contra el error de dejar caer la bandera de la patria y la soberanía nacional. El europeísmo de izquierdas se ha encargado de hacer que se ignoren por completo estos consejos.

Resulta además curioso que el filósofo francés Dominique Pagani –de convicciones anti-stalinistas– dijera exactamente lo mismo que Stalin hace pocos años, no sin cierta ironía:

“De manera general, atreverse a rehabilitar el soberanismo, o para evitar que nos metan en otro saco, el principio de soberanía en el seno de un movimiento […] concepto de los más decisivos del Contrato Social[15], que había llegado a rozar la obscenidad, ¿no supondría mancharnos las manos recogiendo este viejo trapo ensuciado por el Frente Nacional? […] si Le Pen se ha apoderado de ello, al igual que se recoge una bandera sobre un cadáver, ha sido de manera tardía, y por defecto, sin combate. Lejos de defenderlo, la “izquierda de gobierno”, es decir la izquierda de mercado, del PS a los ecolo-trotskistas, lo había tirado al basurero de la historia; y ello para satisfacer las exigencias de la formidable presión federalista cuya potencia no ha dejado de crecer durante estas últimas décadas (estos “Treinta vergonzosos”[16] como los había llamado Clouscard). A la extrema derecha le bastaba con recogerlo.”[17]

Hemos de añadir que la pertenencia de una organización de izquierdas al Partido de la Izquierda Europea (PIE) es contradictoria con la defensa de la tesis de romper con la UE e incluso con reivindicarse de la historia del Movimiento Comunista. Los documentos del XX Congreso del PCE, celebrado en abril de 2016, dicen en su apartado 5.2 que “Para poder construir un nuevo país tenemos que romper con estos dos corsés: la UE y el euro y el Régimen del 78, recuperar la soberanía y realizar la ruptura democrática con los marcos que impiden cualquier proceso de transformación social al servicio de los trabajadores y trabajadoras”. En el apartado 6.3, se dice que “el PCE apuesta por la necesidad ineludible de romper con la Unión Europea y salirnos del euro, por lo que es necesario elaborar una propuesta política y económica sólida desde el campo del marxismo y la izquierda transformadora”. Sin embargo, después de su congreso fundacional en 2004, el recién elegido presidente del PIE y secretario general del Partido de Refundación Comunista de Italia Fausto Bertinotti declaraba:

“El socialismo democrático toma sus raíces de la ética cristiana, del humanismo, de la filosofía clásica. […] Pero yo diría que, si Europa tuviera el valor de recuperar la totalidad de su herencia histórico-cultural: la ética judeocristiana, la cultura del derecho greco-romano, el humanismo, la filosofía clásica, el iluminismo y sobre todo también el movimiento obrero, es tener en efecto un patrimonio exclusivamente europeo. Sería una respuesta fuerte a la ideología de la derecha fundamentalista americana.”[18]

Otra figura emblemática del PIE, el presidente del alemán Partido de Socialismo Democrático (PDS) Lothar Bisky, decía que “a ello se vincula el hecho de que la Izquierda europea introduce en los debates públicos el concepto de cultura europea como base de nuestra política europea. Aún lo formularon el anterior fin de semana, en el consejo de los presidentes de partidos, un órgano dirigente de la Izquierda europea”.[19]

Es evidente que estas declaraciones relevan del europeísmo más reaccionario. Declaraciones de las que, hasta el día de hoy, el PIE no ha renegado. Por lo tanto, poco se puede esperar de las organizaciones del PIE en lo que respecta a “romper con la UE”. Por lo tanto, la pertenencia del PCE al PIE es una contradicción manifiesta.

El carácter reaccionario y socialdemócrata del PIE se puede comprobar en el preámbulo de sus estatutos, disponibles en su página web, donde se dice lo siguiente: “nos reivindicamos de los valores y tradiciones del movimiento socialista, comunista y obrero, del feminismo, del movimiento feminista y la igualdad de género, del movimiento por el medio ambiente y el desarrollo sostenible, de la paz y la solidaridad internacional, los derechos humanos, el humanismo y el antifascismo, del pensamiento progresista y liberal, tanto a nivel nacional e internacional. […] Defendemos el legado de nuestro movimiento que inspiró y contribuyó a asegurar las conquistas sociales de millones de personas. […] Lo hacemos con una condena sin reservas de las prácticas y crímenes estalinistas no-democráticas, que estaban en total contradicción con el ideal socialista y comunista.”

Por si quedase alguna duda, recientemente, en su V Congreso, el PIE elegía como presidente al alemán Gregor Gysi del PDS, antiguo miembro del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED) que había obrado durante los años 80 por la liquidación del socialismo en Alemania del Este, consiguiendo organizar manifestaciones gubernamentales con este objetivo. Gysi llegó incluso a formar parte de un comité de enjuiciamiento destinado a investigar “abusos de poder”, que juzgó entre otros al comunista ejemplar Erich Honecker.[20] En 1990 lideró el proceso de liquidación del SED, expulsando a sus cuadros marxistas-leninistas, convirtiéndolo en el PDS.

Particularmente lamentable fue el hecho de que, en este Congreso, el secretario general del PCE José Luis Centella se congratulara por la elección Maite Mola como vicepresidenta del PIE, declarando además que “el congreso es un punto y seguido por transformar la Unión Europea, por acabar con estas políticas imperialistas, y por la construcción de la alternativa”, en clara violación de los acuerdos del XX Congreso.

En resumen, la pertenencia al PIE es totalmente incompatible con todo proyecto de ruptura con la UE, transformación social y recuperación de la soberanía nacional, y es un insulto a la memoria histórica del Movimiento Comunista durante el siglo XX. El PCE debe salirse de esta organización, por respeto a los acuerdos de su XX Congreso.

Para ir terminando, en el caso concreto de España, la salida de la UE –que conllevaría automáticamente la salida del euro– y de la OTAN son cuestiones que deben estar unidas como uña y carne a la reivindicación de la legitimidad histórica de la IIª República –último periodo histórico en el que España fue un país soberano– y la necesidad de un proceso constituyente hacia la IIIª República.

Es por ello que en España el movimiento republicano debe aclarar su posición con respecto a la UE, porque el programa de 8 puntos que defiende habla de “independencia nacional”, al mismo tiempo que en lo que respecta a Europa, plantea la consigna de “rechazo a la UE de los mercados”.[21] ¿Pero qué significa esto en lo concreto? Se trata una consigna abstracta que tanto puede significar la salida de la UE como el deseo de tener “otra Europa” que no sea “la de los mercados”, véase una “Europa social” o una “Europa de los trabajadores”, etc. El mismo tipo de indefinición tenemos cuando, en las elecciones europeas de 2014, el FN lanzaba, con calculada ambigüedad, la consigna de “No a Bruselas, sí a Francia”. Este tipo de consignas no quiere decir nada.

Sirva este humilde trabajo para contribuir clarificar las posiciones de la izquierda, y en particular las del movimiento comunista, con respecto a la UE.

[1] http://www.europarl.europa.eu/summits/edinburgh/default_en.htm

[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Retirada_de_un_Estado_miembro_de_la_Uni%C3%B3n_Europea

[3] http://www.bvoltaire.fr/louisaliot/cest-une-occasion-revee-de-rebatir-leurope-des-nations,264410

[4] http://www.bfmtv.com/politique/marion-marechal-le-pen-invitee-de-jean-jacques-bourdin-ce-lundi-matin-996937.html

[5] Organización perteneciente a Comité por la Reconstrucción de la IV Internacional, que a principios de los años 80 aseguraba el servicio de orden para el PS de Mitterrand, y en la que también militó el antiguo socialista Jean-Luc Mélenchon, europeísta que en 1992 hizo campaña a favor de Maastricht–, que llegó a acusar a los que abogan por la salida del euro y de la UE de “mariscalistas” (es decir, de pétainistas).

[6] No obstante, las personas cambian con el tiempo. En 1861, sería el propio Víctor Hugo quien calificaría a Occidente de “bárbaro”, condenando la intervención anglo-francesa en China, en el marco de la Segunda Guerra del Opio, que saqueó y dejó en ruinas al Antiguo Palacio de Verano (que era una maravilla del mundo): “Nosotros, los Europeos, somos los civilizados, y para nosotros los chinos son los bárbaros. He aquí lo que la civilización ha hecho a la barbarie. Un bandido se llama Francia, el otro se llamará Inglaterra” (Víctor Hugo, Carta al capitán Butler, 25 de noviembre de 1861).

[7] François Asselineau, Quelle était l’analyse du Parti Communiste Français sur « l’Europe » entre 1947 et 1980?, 26 de agosto de 2013.

[8] J. Denis y J. Kanapa, Pour ou contre l’Europe?, Editions Sociales, 1969.

[9] D. Debatisse, S. Dreyfus, G. Laprat, Europe, la France en jeu, Editions Sociales, 1979.

[10] Ibíd.

[11] Ibíd.

[12] Discurso de José Luis Centella en el mitin central de la Fiesta del PCE, 17 de septiembre de 2016. http://www.pce.es/secretarias/secgeneral/pl.php?id=6000

[13] https://www.youtube.com/watch?v=xxYarYuvGrE

[14] Véase la obra La ideología francesa (1981) de un ex-“sesentayochero” pasado al atlantismo como es el “filósofo” multimillonario Bernard-Henri Levy, donde explicaba al pueblo francés que su país es intrínsecamente fascista.

[15] Pagani hace referencia a la obra El contrato social del filósofo Jean-Jacques Rousseau.

[16] Expresión irónica que empleaba Clouscard para referirse a la fase de crisis del capitalismo a partir de la década de los 70, en oposición a los llamados “treinta gloriosos” años, que fueron las décadas de los 40, 50 y 60 en las que el capitalismo conoció un ciclo de expansión.

[17] Dominique Pagani, ¿Doit-on sauver le soldat Lordon?, agosto de 2013, posfacio a la edición de 2013 de Michel Clouscard, Neo-fascismo e ideología del deseo, Ed. Delga.

[18]  Partido de la Refundación Comunista, Un Bad Godesberg europeo para frenar a la derecha de Bush. El líder de Refundación Comunista y las lecciones de las elecciones americanas, 9 de noviembre de 2004.

[19]  Citado en Peter Mertens, La clase obrera en la era de las multinacionales, Etudes Marxistes nº72, 2005.

[20] El PIE elige como presidente al abogado de la disidencia en la RDA, La República, 18 de diciembre de 2016.

[21] https://federacion.republicanos.info/2016/06/24/ocho-puntos-para-avanzar-hacia-la-republica-manifiesto-del-19-de-junio/

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