Fernando Esteche
19 de junio, 2013
Desde los tiempos de Mustafá Kemal Atatürk y la laicización y occidentalización forzada de la nación turca hasta aquí, pocas veces se había advertido un nivel de pleitesía y alcahuetería semejante como el que hoy encarna el premier Recep Tayyip Erdogan, ajustador, represor de su pueblo y promotor de desestabilizaciones en los pueblos hermanos.
Las protestas que en estos días se multiplican y crecen en las calles de Turquía con epicentro en Taksim, Estambul, son la confluencia de variados sectores con sus reclamos que hacen que resulte difícil encontrar un denominador común en cuanto a las reivindicaciones que exponen kurdos, alauitas, laicos, izquierdistas revolucionarios, nacionalistas de derecha, anarquistas, y demás.
Hay analistas que pretenden ver tras la protestas un cuestionamiento a la supuesta reislamización del país. Este análisis no sólo invisibiliza a los otros sectores que están promoviendo y protagonizando las protestas (como kurdos islámicos o alauitas); sino que además desliza la idea de una reislamización que de serlo es sólo simbólica.
El disparador de las protestas fue la pretensión de tala de árboles del Parque Gezi para un emprendimiento inmobiliario que incluye la reconstrucción de una mezquita de la época otomana. Ese proyecto, más el levantamiento de la prohibición del uso del velo (2008), la prohibición de venta de alcohol después de las 22hs, las persecuciones a partidos políticos de izquierda, sumado al sunnismo salafi del propio primer ministro que lo emparenta directamente con los Hermanos Musulmanes, constituyen la supuesta reislamización del país que en términos objetivos ha servido y sirve como portaaviones de la OTAN.
El AKP, Partido Justicia y Desarrollo, que lleva al gobierno a Erdogan, llega al poder en el año 2002 después de la debacle económica del año anterior y como respuesta a las consecuencias sociales y de desmoronamiento político de la misma. Producto de esto es un gobierno que se apresura a acordar con el Fondo Monetario internacional (FMI) un programa de ajuste que intente reordenar los indicadores de la economía turca. Y que consiste en la privatización del sector público, reformas laborales y drásticos recortes sociales; un típico programa neoliberal. Los rubros a privatizar, que cuestionarán la tradición kemalista, incluirán también la industria textil, minería, petróleo, transporte, comunicaciones, alimentación, etc.
Turquía fue con Erdogan, sin necesitar “revolución de colores”, el puntal inicial de la constitución del proyecto imperialista que Obama definirá como Gran Medio Oriente, que no es otra cosa que un nuevo mapa político de Medio Oriente, absolutamente afín a los norteamericanos en su batalla por la conquista de Eurasia y su disputa con el eje sino-ruso.
No serán pocas durante esta década de gobierno del AKP las manifestaciones de miles y miles de trabajadores que intentarán resistir estas políticas y que obviamente son el umbral desde el que se sostienen las actuales protestas.
Mientras se sucedían las primeras manifestaciones de este último período el premier Erdogan se paseaba por el Magreb, gozoso de los nuevos elencos gubernamentales norafricanos atravesados todos por la inspiración de la Hermandad Musulmana.
La primera manifestación del Parque Gezi fue reprimida con una ferocidad propia de los que se sienten acorralados y débiles y detonó una cantidad enorme de manifestaciones en todo el país, también reprimidas al punto que el propio Ministro del Interior, Muammer Güler, confesó que ante la cantidad de detenidos que se contaban por miles debieron habilitar centros deportivos como lugares de detención.
El analista y director de Red Voltaire Thierry Meyssan dirá “los turcos no están protestando contra el estilo autoritario de Recep Tayyeb Erdogan sino en contra de su política, o sea contra la Hermandad Musulmana, a la que Erdogan apadrina. No se trata de una revolución de color en la plaza Taksim en contra de un proyecto inmobiliario sino de un levantamiento en todo el país, de una verdadera revolución que está cuestionando la primavera árabe”.
Las prohibiciones a partidos políticos, razias, persecuciones y desapariciones, crecimiento exponencial de cantidad de presos políticos opositores incluyendo alcaldes y legisladores electos; purgas en el generalato del ejército; encarcelamiento y censura a miles de periodistas, pintan un cuadro de situación de gran represión interna en el país.
Con la triste experiencia del genocidio armenio encima, se denuncian hoy por lo menos 300 fosas comunes que dan cuenta de las matanzas sobre población civil que perpetró el gobierno de Erdogan. La propia Constitución turca dirá que el único pueblo que habita suelo turco es el pueblo turco; los pueblos que son minoría en territorio turco como el Laz, el Armenio, el Surianí, el Arameo, el Árabe, el Kurdo, son directamente invisibilizados, “tratados” para turkizarlos, hacen el mejor tributo a la modernización y homogeneización racista turca que consumó Kermal. Hay 12 mil patriotas kurdos presos de los cuales 600 son menores de edad.
A principios de este año el gobierno turco se aprestó a recibir baterías misilísticas Patriot solicitadas a la OTAN y tropas anglo norteamericanas en la base de Incirilik para repeler eventuales ataques de Siria. Erdogan da así un paso más en su lacayismo. La maniobra es repudiada por sectores nacionalistas que son duramente reprimidos.
“La nación nos condujo al poder y ella es la única que nos sacará” desafió el premier ante las cada vez más masivas manifestaciones que le preanuncian un final similar a los que él mismo supo auspiciar contra otros gobernantes como en el caso Libio o Sirio.
Luego del ataque pirata de tropas israelíes al buque humanitario de bandera turca Mavi Mármara que se dirigía a la trágica Franja de Gaza, el gobierno otomano rompió relaciones diplomáticas con el Estado de Israel a quien no sólo ha servido de punta de lanza a su política injerencista sino que además se provee de armamento y tecnología militar sionista, por ejemplo drones, aviones espía no tripulados.
No pasó demasiado tiempo donde el Departamento de Estado se encargó de reorientar a Netanyahu y Erdogan a retomar relaciones indispensables para sostener las maniobras imperialistas en la región. Cualquier lector avezado puede advertir que con un premier islámico o laico, Turquía e Israel constituyen una suerte de cinturón higiénico contra el eje Siria, Irán, Resistencia Libanesa y contención frente a la alianza de la Organización de Cooperación de Shanghai. Así lo señaló algunos años atrás el asesor estrella para políticas exteriores de los Estados Unidos Zbigniew Brzezinski en su artículo de Foregin Affairs titulado “Una agenda para la OTAN” (2009) cuando sugería que “dado que Turquía es miembro de la OTAN y tiene especial interés en la región de Asia Central, ese país podría quizás jugar un rol clave en un posible acuerdo de cooperación entre OTAN y la Organización de Cooperación de Shanghai…lo que evidentemente constituye un objetivo deseable en el largo plazo”.
La Rebelión turca es contra la otomanización subalterna (es decir jugar el rol de un imperio regional subalternizado por el hegemón yanqui), son reacciones concurrentes pero tienen la matriz común de reclamar inclusión, de negarse a ser la prostituta de la OTAN, la prostituta del euro. Lejos de los apacibles y serviles tiempos del antecesor Ahmed Davutoglu de «cero problemas» con los vecinos, de servilismo a Tel Aviv; alentado por los nuevos gobiernos de islamismo proimperial del Magreb, el actual premier turco se sumergió a intervenir directamente en la política regional siendo vector fundamental de la política norteamericana y de OTAN.
No serán pocos los analistas que coincidirán que la crisis turca está directamente condicionando la posibilidad de que las operaciones sobre Siria terminen fracasando definitivamente o puedan sostenerse aún más tiempo. Es la extensa frontera sirio-turca el territorio de mayor permeabilidad para el ingreso de mercenarios, pertrechos y retaguardia de las operaciones de desestabilización extranjeras sobre la soberanía siria.
Pero tampoco hay que subestimar la capacidad de sobredeterminación sobre la política interna turca de parte de los think tank norteamericanos que así como fueron capaces en Egipto y Túnez de condicionar los recambios, intentarán de seguro hacerlo en Turquía si fuera necesario.
Son solamente los pueblos que habitan el territorio turco los únicos capaces de lograr un viraje total de la política interna y externa que ponga al país en un rol menos lúgubre que el de prostituta de la OTAN y el euro. Que lo conviertan en un estado solidario y soberano.