Winston Orrillo
29 de junio, 2013
“La patria es de todos, de los más pobres. Tendremos muchos errores, pero quien manda ahora es el pueblo ecuatoriano, no las élites” Nadie está aquí por ambiciones personales. Estamos para servir a nuestro pueblo.»
Rafael Correa
Palabras pronunciadas al asumir un nuevo mandato presidencial. Palabras que, seguro, les escuecen, aún, a muchos de las oligarquías defenestradas, y que no pueden admitir que ésas sean las verdades que esgrime alguien que asume su tercer (y último según él mismo) periodo de gobierno, obtenido con una votación abrumadora, resultado de la correcta aplicación de su política de la Revolución Ciudadana, la misma que, ya, ha sacado de la pobreza a más de un millón de personas, con una dirección económica adversa a la ortodoxia neoliberal, con aumento de salarios y reducción drástica del desempleo.
Naturalmente, esto aunado a verdades del tamaño de un puño: como que en su país ya no manda el capital financiero, sino el pueblo, todo tendente a lograr la segunda y definitiva Independencia.
El título del presente artículo se debe a que, hace ya algún tiempo, escribimos otro que se llamaba: “Rafael Correa, un paradigma”, al tomar conocimiento de las acciones del joven y dinámico y honesto presidente del país hermano, y, particularmente, al gesto que él había hecho al dársele un ejemplar de un TLC (de los que aquí se adoran) y él haberlo arrojado al tacho de basura.
Nos bastó eso y comprobar la fidelidad con la que se cumplía lo que él prometía, todo lo que ha culminado en la elección del 17 de febrero último, en la que obtuviera el 57.17 por ciento de votos.
Correa tiene una conducta paradigmática in crescendo: proclama que vencer a la pobreza debe ser un imperativo moral en el vasto mundo, con el cuidado preciso de la inversión pública “que se convierte en vialidad, en prevención contra riesgos, en justicia, en infraestructura eléctrica,,,” ,con el resultado que ahora se invierte más en educación y salud”, todo lo que le indigna –no podía ser de otro modo- al capital financiero y a la oligarquía que, verbi gratia, en nuestro país triste y luminoso, tienen carta plena de ciudadanía, y donde la economía peruana es títere del FMI y de las trasnacionales, pues los altos timoneles de ella son comparsas de ese sistema despiadado de explotación mundial.
Imbricado en la lucha tenaz que libran las nuevas naciones de nuestra América que, iniciada por Cuba, es seguida por Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Argentina, Uruguay, entre otras, todas las que, por cierto, están en la mira del terrorismo mediático, de esa información que desinforma y tergiversa. De aquella que es enemiga jurada de tocar al statu quo ni con el pétalo de un Decreto.
Por ello, para escándalo de la SIP y otras alcantarillas del “mundo libre”, no tuvo pelos en la lengua para denunciar sus trapacerías, derrochando ese valor que es sinónimo de que Correa se acerca al ideal ya no del hombre nuevo, sino del muy necesario “Presidente Nuevo” que, más temprano que tarde, parirán nuestros pueblos solidarios, los de aquellas naciones que, en verdad, son una sola, desde el sur del Río Bravo hasta la Patagonia.
Por eso sus palabras, en realidad, fueron una admonición pronunciada con el denuedo que lo caracteriza, al enrostrarle a los medios de comunicación privados que juegan un sucio papel político, pues es una falacia que ellos sean un contrapeso al poder político (la obsoleta teoría del “Cuarto Poder”) pues los medios mismos son un poder al servicio del omnímodo poder económico, cuyos intereses, como férvidos mastines, cuidan celosamente. Frase suya que destacamos: “Si la prensa difama, calumnia, es libertad de prensa; si un presidente le responde es un atentado contra la libertad de prensa”.
Y siguió, para desesperación de los “periodistas” (en realidad, asalariados de sus patrones omnímodos): “La prensa latinoamericana es mala, muy mala. Silencia y manipula la información.”
Y, añadimos nosotros, se desliza por la pendiente nazi del “miente, miente, que algo queda”, o una similar: “una mentira repetida machaconamente, se convierte en verdad”.
Esto explica por qué Rafael Correa ha devenido en la “Bête Noir” para las alcantarillas mediáticas que medran en nuestras latitudes.
Sus críticas, igualmente, fueron enfiladas contra la celestina Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, que es financiada con Estados que no son parte de la Comisión, y por ello, su Ecuador soberano, no “está dispuesto a ser colonia de nadie” (Ya las dio una patada en el trasero a las prepotencias yanquis, al haber cancelado la misión americana que medraba en su territorio, y que todos sabemos qué funciones cumplen).
Asimismo, de taquito hizo una crítica congruente al preguntarse cómo es posible que la sede de la OEA (“con OEA o sin OEA ganaremos la pelea dijeron los revolucionarios cubanos y cumplieron); que esa sede se halle en un país que desvergonzadamente, y a pesar de la contraria opinión mundial, mantiene el inhumano y antihistórico bloqueo a Cuba socialista.
Asimismo impactante fue la denuncia que hizo, al rendir su homenaje al ex-presidente Jaime Roldós, fallecido en un sospechoso “accidente de aviación” de similares características a otros que, igualmente, causaron la muerte del querido general peruano, Rafael Hoyos Rubio, y del gran mandatario panameño, Omar Torrijos: no se descarta la mano negra del Imperio, que también ha sido denunciado con ocasión de la muerte inmortal del presidente Hugo Rafael Chávez Frías.
Realismo mágico, pues, o surrealismo de Nuestra América y de los Organismos Internacionales, cuya injerencia es nula en la Patria de Guayasamín, cuyas imágenes impactantes sirvieron como fondo para la juramentación del nuevo Mandato Presidencial, de alguien que ya se ha ganado un puesto en la trepidante historia de la Nueva América Latina, ésa que no dejará de luchar hasta lograr, como dijo la Segunda Declaración de La Habana, su Segunda y Definitiva Independencia.
Pero, sobre todo, a cuidarse, porque el enemigo acecha, y cada vez más, a los que desmontan el andamiaje de injusticia y barbarie que son los paradigmas del imperialismo norteamericano, que no debe ni pestañear al elucubrar qué hacer con esta oveja descarriada, que altera el orden de lo que ellos, desvergonzadamente, llamaban su patio trasero..
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