La sinrazón o el delirio de la obediencia ciega
Sus justificaciones para demostrar que la abstención es el mejor camino para España, sus postureos teatrales para intentar mostrarse ante el pueblo como un nuevo político que ha sufrido amnesia, y su inestimable colaboración con el eje del poder, han sido tan estimulantes que no ha habido mejor lección de Filosofía Política para doctorarnos en «Realidad Social» en tan solo una clase práctica.
Ha dicho, entre otras cosas, que con la elección de la entrada de España en la OTAN…, el tiempo les dio la razón.
Y, claro está, también ha dicho que el tiempo les ha dado la razón en casi todo lo que han hecho. No había más que ver el brío con el que hablaba, la gracia que transmitía, y la serpiente que le estaba devorando por dentro.
Nada ha dicho sobre su Ciencia Política capaz de administrar la miseria humana. Pero no hacía falta. Su rostro, su compostura, y su propia devaluación como hombre, estaban latentes en cada espacio que ocupaba.
Mil y una veces el PSOE dijo que jamás permitiría un gobierno del PP. Y un hombre, diezmado ante tanta contundencia, tuvo que poner voz y rostro a la humillación consentida.
La jornada de ayer fue tal vez un momento histórico ejemplar para poder decir sin tapujos que éste sistema político que nos gobierna pertenece al más absurdo de los procedimientos representativos. Pero no importa.
Muchos españoles siguen pensando que vivimos en el centro neurálgico de lo que llaman democracia, e insisten en la necesidad de seguir participando de tamaña injerencia.
Y de ellos, otro muchos, no entienden que la gente siga votando a la derecha.
Y yo, no entiendo cómo es posible que las urnas sigan teniendo ese inestimable poder de atracción a la fatalidad.
¿Qué más tiene que ocurrir para que se perciba que nuestras Democracias son inexistentes, y que el juego nos llevará dentro de unos años a convivir dentro del mismo laberinto?
La implosión se produjo en el seno del hombre que tuvo que representar la obra dramática por excelencia: la falacia de la política encadenada, y la consiguiente autocondena hecha pública en el Congreso. La tensión necesitaba vías de escape, y Antonio Hernando no tuvo más que lanzar sobre la negativa anterior de Podemos sus últimos cartuchos.
Quien fuera la mano derecha de Pedro Sánchez va a vivir un calvario. Por un lado de cara al electorado y al pueblo y, por otro, frente a su propio despertar, que será cada vez más cansino y achacoso.
Su última luz se apagará inevitablemente cuando el rubor desenmascare tanto atrevimiento.
joséluis vázquez domènech, sociólogo
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