Fuente: insurgente.org
El estudio crítico de la historia ofrece lecciones que no debemos despreciar. Si bien hay que dejar transcurrir un tiempo para que la historia pueda desplegarse ante nosotros con toda su pedagogía, lo cierto es que en determinados contextos largos sí podemos analizar el pasado inmediato, como es el caso de 2014, un año que se inserta dentro de la larga crisis desatada definitivamente en 2007 pero hunde muchas de sus raíces en decenios anteriores. Más aún, preguntarnos por lo que nos enseña 2014, a pesar de ser ayer, es tanto más importante cuanto que sentimos en nuestras propias carnes cómo se agudizan las contradicciones extremas del capitalismo segundo a segundo. Despreciar la historia, como se la desprecia incluso en entornos próximos, sólo nos acerca a la derrota.
Analizaremos sólo seis acontecimientos recientes para explicar qué está sucediendo. Empezando por el presente más inmediato, retrocederemos en el tiempo y bucearemos en las contradicciones del imperialismo y en el caos geopolítico que se ha intensificado desde el verano de 2014. El primero son los atentados, choques armados y detenciones de islamistas acaecidas recientemente en Europa; el segundo es la caída de los precios del crudo; el tercero es Ucrania; el cuarto son Venezuela y Cuba; el quinto es el Ébola; el sexto es el dólar; y el séptimo y último, es el estancamiento capitalista mundial. Como se aprecia, recurrimos sólo a algunas de las muchas expresiones directas e inmediatas, visibles a simple vista, de problemas estructurales y de largo alcance.
Comprender el atentado contra la revista Charlie Hebdo, así como los acontecimientos posteriores en el Estado francés, Bélgica y Alemania, nos exige preguntarnos sobre el papel subterráneo que han podido jugar los servicios secretos a tenor de algunas informaciones con visos de realidad. Pero este papel nos lleva al problema del odio antioccidental de sectores musulmanes provocado por las atrocidades previas del colonialismo e imperialismo capitalista: sin estas sistemáticas agresiones y sin la planificada creación imperialista de un fundamentalismo islámico ultrarreaccionario para luchar contra el socialismo y contra la URSS en esos países, sin todo ello ahora el llamado «terrorismo islámico» apenas existiría, siendo por tanto una creación del imperialismo occidental. Pero esto no es todo.
La progresía se limita a criticar superficialmente esta realidad no profundizando en cuatro cuestiones necesarias: una, no basta con constatar que apenas ha habido intentos de revoluciones burguesas en la cultura islámica, sino que, fundamentalmente, no se puede combatir el opio religioso en general y su misoginia y homofobia con la soez, zafia y burda sátira precapitalista, filo racista y prooccidental de muchos de los «chistes» de la revista Charlie Hebdo; otra, que hay que conocer las fuertes contradicciones internas en las religiones, también en el Islán y en el Corán, para poder realizar una lucha filosófica atea, ética e histórica sabia, perseverante y efectiva a largo plazo; además, que es necesario leer los valientes y coherentes posicionamientos marxistas anteriores cuyos autores hoy serían encarcelados directamente por «apología del terrorismo»; y último, que sin una masiva y sistemática lucha internacionalista y antiimperialista en la que los colectivos emigrantes tengan una participación decisiva, es imposible contrarrestar la creciente campaña neofascista y racista.
Las movilizaciones activadas por el euroimperialismo han sido bajo la bandera de la «democracia» occidental, que no tanto del racismo neofascista, precisamente para reforzar una legitimación internacional diferente a la que podría obtener con el neofascismo racista e islamófobo. La extrema derecha neofascista está y crece, y es mantenida como reserva estratégica por el euroimperialismo para cuando vengan momentos más duros de la crisis, pero ahora mismo y de cara a medio plazo en el panorama internacional le es más efectiva la legitimidad «democrática», la de los «derechos humanos» inherentes a la «civilización occidental», como reclamo para atraerse la colaboración de algunas burguesías del mal llamado «tercer mundo» en un contexto de creciente competitividad por el crudo, materias primas estratégicas y enclaves militares.
Por ahora, interna y externamente la legitimidad «democrática» es más rentable que la neofascista, aunque en la práctica cada una cumple su función. De hecho, la primera, la «democrática» le permite ocultar muy bien los recortes de la democracia real que se vienen imponiendo desde hace tiempo, y que se incrementarán con la excusa de los atentados islamistas: aumentará el control cotidiano, la invisibilidad de la represión se hará más perceptible y se reducirán derechos cotidianos tenidos como básicos hasta ahora, retroceso justificado con la mentira de que hay que equilibrar la «seguridad» con la «libertad». Serán las clases trabajadoras y sus franjas más explotadas, las migrantes, las más golpeadas por estas agresiones que se harán estructurales y permanentes.
Precisamente es esta masiva campaña institucional a favor del occidentalismo la que nos enlaza con la segunda cuestión que debemos tocar, la caída del precio del crudo. Según la propaganda oficial no habría conexión alguna, en la realidad mundial y europea esta conexión es directa. Los procesos sociales son complejos y responden a varias causas interrelacionadas a diversos niveles de importancia. La razón básica del descenso de los precios del crudo es la mezcla de crisis económica de muchos Estados en medio de un estancamiento del capitalismo mundial que se acerca a una nueva recesión. La competencia interimperialista y las dinámicas contra el dólar inciden en la crisis general, así como otros factores que iremos viendo. EEUU intenta recuperar parte de su independencia energética y de su poder mediante el fracking y otros métodos, lo que a su vez propicia la respuesta de Arabia Saudí y otros productores de la OPEP que aumentan su producción de crudo reduciendo su precio, pero no sólo en respuesta a EEUU sino también como preparación de posibles alianzas futuras con otros países.
Simultáneamente, las contradicciones secundarias entre las muy reaccionarias familias saudíes y otros poderes petroleros y EEUU desaparecen cuando se trata de asfixiar a Rusia, a Venezuela y a otros competidores en el mercado de crudo, así como demostrar a la UE que debe obedecerles. La caída del crudo no está reactivando la economía mundial, pero sí está reforzando, por ahora, la hegemonía de las potencias más reaccionarias, y obligando al resto a ir a la zaga excepto, como veremos, al bloque «euroasiático». En la UE hay contradicciones secundarias entre dos líneas: la que mira al TTIP yanqui como un ejemplo de la alternativa de futuro, y la que mira al mercado euroasiático, pero en lo decisivo saben que dependen de la OTAN, por esto se pliegan fervientemente a las exigencias de EEUU.
Desde su origen, el capitalismo funciona interrelacionando sus diversos componentes políticos, militares, culturales… pero bajo las presiones directrices en última instancia de la necesidad ciega e implacable del máximo beneficio. Los altibajos del precio del crudo vienen forzados por necesidades políticas y militares que evolucionan con cierta autonomía siempre controlada más o menos de cerca, o directamente durante las crisis, por la economía. Ahora, el descenso del crudo se explica por esa interacción de fuerzas sujetas a las exigencias económicas agudizadas por el caos geopolítico mundial, agudizado desde 2014, precisamente cuando la OTAN aumentaba sus presiones expansionistas en Ucrania, que era una de las agresiones que bullían en ese verano, siendo las otras más importantes las masacres en Siria y a Palestina, y el «caos local» provocado por el llamado Estado Islámico en la zona, además de otras decenas de guerras y conflictos armados.
Ucrania ha sido siempre un objetivo para potencias europeas occidentales, sobre todo desde la revolución bolchevique de 1917, por su ubicación geoestratégica y producción cerealística. Desde 1945 la OTAN ha intentado provocar guerras reaccionarias en Ucrania y en todo el Este, y desde mediados de la década del 2000 ha multiplicado esos esfuerzos en la zona con las llamadas «revoluciones naranjas». Amparándose en la corrupción burocrática y mediante adaptaciones tácticas de la doctrina contrainsurgente de cuarta generación, ha movilizado desde el pacifismo hasta el fascismo, pasando por la ecología y la religión, para tomar en poder en Ucrania e integrarla en la estructura militar de la OTAN, imponiendo un gobierno títere de la derecha más neoliberal y parafascista. La antropología imperialista ha usado el complejo mosaico de culturas, lenguas y tradiciones religiosas del área para sus proyectos de imponer el austericidio neoliberal exigido por la UE aceptado y aplicado por el podrido gobierno de Ucrania.
La expansión militarista de la OTAN hacia Eurasia responde a tres grandes razones: una, nueva ofensiva de liquidación de Rusia, después del fracaso de la primera iniciada en 1991; otra, acercar con ello las bases militares de la OTAN a China Popular y el extenso norte de las cordilleras del Hindú Kush, Pamir, Karakórum e Himalaya; y última, crear la pinza norte de la tenaza que asegure el orden explotador y saqueador de la vital Caucasia, siendo Turquía la pinza sur de la tenaza imperialista. Controlada y expoliada Caucasia, el imperialismo cercaría aún más a Irán y acortaría las distancias al norte de Afganistán y Pakistán, fronteras de India y China Popular. Sin hacer una traslación mecánica del Gran Juego entre Rusia y Gran Bretaña en el siglo XIX por el control de esta área explosiva, sí podemos ver cómo el imperialismo actual incluye a Ucrania en una basta estrategia de expropiación de recursos imprescindibles cada día más escasos.
Frente a esta estrategia económico-militar y político-cultural de largo alcance, los «valores democráticos» de la UE sólo sirven de opiáceo y de mentira propagandística para justificar atrocidades inhumanas, como ya sucede en el presente y ha sucedido en el pasado inmediato con la reaccionaria tesis de la «guerra humanitaria». Exactamente esto es lo que sucede ahora mismo con la nueva táctica de «guerra económica» que el imperialismo aplica contra Venezuela desde 2014, y que tuvo en la violencia fascista de comienzos de ese año una prueba fallida: a partir de esa derrota la burguesía venezolana pasó abiertamente a la «guerra económica» de boicoteo sistemático en la distribución de bienes de primera necesidad, en la compra programada y masiva de bienes para revenderlos en Colombia, de su acaparamiento en grandes almacenes para subir su precio y crear malestar, de acuerdos con líneas aéreas internacionales para encarecer los precios, etc. Si a esto le unimos la gran caída de ingresos y divisas en dólares por el desplome del precio del crudo, viendo esto, vemos que el panorama es duro.
El imperialismo ha aprendido de su «guerra económica» contra el gobierno de Allende en Chile de 1972-73 que se expresó en las huelgas de las empresas de transporte para desabastecer las tiendas de los bienes básicos provocando la ira reaccionaria de las masas no concienciadas. El imperialismo también ha aprendido de los sucesivos fracasos de sus tácticas reaccionarias anteriores, especialmente de la 2002, y tras la derrota de la violencia fascista de inicios de 2014. Una táctica de toda «guerra económica» está siendo hoy aplicada masivamente contra el pueblo griego: la fuga de capitales, unida a la pedagogía del miedo y de la amenaza aplicada diariamente para condicionar el resultado de las próximas elecciones: recuérdese lo mismo sobre el referéndum escocés y la consulta catalana del pasado 9 de noviembre. Venezuela está sufriendo lo más fuerte, desarrollado y actualizado de la estrategia clásica de «guerra económica» que incide sobre una economía en retroceso con una inflación incontrolada.
Cuba superó con mucho sacrificio y dignidad la larga lista de restricciones, prohibiciones y castigos que EEUU añadía a su permanente «guerra económica» desde 1960 hasta ahora mismo ha sido minimizada como «bloqueo norteamericano». Verdadera «guerra económica» reforzada por ataques armados, químicos y biológicos, terroristas en suma. Ha sido esta victoriosa resistencia heroica la que en parte explica las negociaciones actuales sobre cómo acabar con el llamado «bloqueo». Pero la victoria ha sido costosa y agotadora, sobre todo desde finales de la década de 1980 hasta hace pocos años, tan agotadora que sectores de la población se han debilitado en su conciencia social, no en su conciencia nacional cubana.
EEUU conoce esta situación e intenta incidir en ella mediante el caramelo envenenado de la «nueva riqueza», reabriendo un clásico debate en el marxismo sobre el efecto deshumanizador y aburguesador inherente al fetichismo de la mercancía, que es lo que busca el capitalismo yanqui: destruir la conciencia nacional de clase del pueblo cubano mediante la cultura del dólar yanqui, dando aire a la desprestigiada y aislada oposición cubana. La muerte próxima de Fidel Castro y el cambio generacional inevitable serán utilizados para propagar la ideología capitalista occidental intentando contener el ascenso de China en Cuba con sus convenios económicos y culturales, y acabar con la memoria popular cubana sobre las ayudas rusas que se ha fortalecido de nuevo con el gesto de Putin de anular prácticamente la vieja deuda cubana a la extinta URSS.
Pero además la Administración Obama busca crear nuevos negocios yanquis para fortalecer una economía que va debilitándose en la escala mundial; busca recuperar votos latinos y sudamericanos para su decadente partido demócrata; busca desviar las críticas a su política imperialista, «humanizándola» a la vez que refuerza así su «prestigio democrático» en la creciente economía del Caribe que mira más a los BRICS que a EEUU. No estamos, por tanto, ante un arrepentimiento de Obama por su sangriento imperialismo, sino de oportunismo táctico tomado al final de su vida política, que le viene muy bien para redituarse en medio de las conversaciones de paz entre el gobierno y las FARC-EO en Colombia, que, si fructifican como todo lo indica, puede que abran un período de recuperación económica que EEUU no quiere perderse
De igual modo, la «ayuda humanitaria» estadounidense a la erradicación del Ébola sólo responde, por un lado, a las urgencias de su farmaindustria para recuperar su prestigio en un momento en el que se agudiza la pugna entre la reivindicación de soberanía sanitaria de los pueblos y la presión creciente por la privatización de la salud; y por otro lado, responde también a su urgencia por establecer bases militares disfrazadas de hospitales –como lo hicieron los servicios secretos de Alemania Federal durante la presencia soviética en Afganistán– en las zonas explotables del continente para contrarrestar la influencia china en aumento y competir con la europea ya establecida. África, continente rico empobrecido por el capitalismo, sufre la voracidad omnívora del capital, que necesita de su «puño de acero», la OTAN, para proteger sus negocios.
Debemos saber que las grandes corporaciones farmacéuticas son una de las industrias más rentables del capitalismo, estrechamente relacionadas con la biotecnología, la química y la guerra, así como el tráfico ilegal de miembros humanos de modo, así que se ha extendido el término de «farmacia» para dar cuenta de las zonas obscuras de esta poderosa industria que a la vez en un arma imperialista. En el caso del Ébola la «farmafia» opera en estrecha colaboración con sectores de la OMS, también conocida como «OTAN médica», para multiplicar sus beneficios mediante el negocio de las vacunas de necesidad urgente, como está sucediendo, por ejemplo, con la vacuna contra la Hepatitis C, o la lucha contra el VIH, la malaria, etcétera.
Uno de los minerales estratégicos más buscados por el imperialismo en África es el oro, metal básico para entender el papel del dinero en el capitalismo, especialmente durante las crisis estructurales. Ahora mismo aumenta el valor y el precio del oro no sólo porque el dólar está debilitándose al son del retroceso relativo yanqui, sino porque también las potencias subimperialistas y emergentes del BRIC y otras, están haciendo grandes compras de oro como reserva estratégica. China Popular destaca en este esfuerzo. Las razones del acaparamiento del oro son varias destacando que es una de las pocas garantía de la independencia económica de los grandes Estados en caso de una debacle financiera, o del desplome súbito del dólar y otras monedas de referencia. También el que es la garantía para superar relativamente bien la crisis subsiguiente a la llamada «derrota del dólar» y el establecimiento de otras monedas en un nuevo contexto.
China Popular y el resto de BRICS así como Alemania, Japón, etcétera y los propios EEUU buscan desesperadamente acumular más y más oro para que cuando ese momento llegue el desastre financiero no sea absoluto para ellos, aunque sí para el resto de la humanidad. No se puede decir que esta crisis llegará de manera ineluctable y que será un cataclismo financiero sino que hay que decir que se está exacerbando el choque entre el imperialismo occidental liderado por EEUU y las llamadas «potencias emergentes» en esta cuestión y en otras igualmente decisivas para el futuro humano. El resultado dependerá de la evolución de la lucha entre el imperialismo y esas potencias que le disputan su dominio y buscan alianzas con los Estados y pueblos empobrecidos.
La segunda mitad de 2014 ha sido la del avance del yuan chino como el contrincante del dólar amparado por una fuerza en ascenso que son los acuerdos estratégicos entre China Popular y Rusia en aspectos claves como energía y materias estratégicas, cooperación científico-militar, cooperación financiera y monetaria, cooperación diplomática internacional para frenar a EEUU y la UE. De inmediato, Japón ha respondido con un rearme intenso desconocido desde 1945. Alemania no se queda a la zaga militarizando su política interna y externa. La «yuanización» de la economía avanza enfrentándose al dólar con el apoyo los pactos euroasiáticos y los acuerdos preferenciales con muchos Estados y pueblos que, por fin, creen que pueden distanciarse de EEUU. Dentro de esta dinámica, crece la tendencia a sustituir el petrodólar por otras monedas, incluso por «monedas virtuales», electrónicas, reguladas por convenios.
La supremacía yanqui se mantiene más que todo sobre una «fábrica» especial que produce dólares y armas. Una buena parte del funcionamiento de esta «fábrica» depende de los petrodólares, de que el dólar es la moneda de compra-venta del crudo, y también de que es la principal moneda de referencia mundial; además, y por ello mismo, es la moneda básica que soporta al capital ficticio gigantesco y a la impagable deuda mundial y norteamericana en concreto. Esa «fábrica» es la que produce las armas imperialistas, por ahora invencibles en una guerra convencional pero no es guerras irregulares, populares, guerrilleras y multifocales.
Por tanto, si el dólar se debilita como moneda de referencia, de cambio y de reserva, más temprano que tarde de debilitará su ejército. Con un dólar y un ejército debilitados, el dominio imperialista empezará a desplomarse y la lucha de clases mundial y en el interior de EEUU y del imperialismo occidental empezará a girar más rápidamente a la izquierda, o a un reformismo si las potencias subimperialistas, las burguesías BRICS, controlan esas luchas frenando su avance a la izquierda mediante una mezcla de reformas, promesas irrealizables y represiones. Estas burguesías «ascendentes», ahora mismo en crisis, odian más al socialismo que a EEUU-UE.
Lo visto nos remite a una crisis sistémica sin parangón con las anteriores crisis capitalistas. Las crisis sistémicas estallan al confluir sinérgicamente diversas sub-crisis parciales en una única cualitativamente superior a la suma de las sub-crisis. La base última, subterránea, sólo perceptible tras un buceo riguroso en las contradicciones básicas del sistema, esta base es la lenta caída tendencial de la tasa media de ganancia. Es una caída tendencial que por ello mismo puede retrasarse, detenerse durante un tiempo y hasta revertirse mediante la aplicación por el Estado burgués de contramedidas que la ralentizan: por tanto, llega un momento que la evolución y el desenlace de la crisis sistémica depende de la lucha política de clases entre el capital y el trabajo.
Las burguesías más poderosas se enriquecen aún más con las crisis a costa del empobrecimiento masivo y del cierre de los negocios no rentables. Japón este en recesión; la UE en una recesión con signos deflacionarios; EEUU en un crecimiento débil que oculta un retroceso relativo; los BRICS con fuertes desaceleraciones que indican serias debilidades estructurales, etcétera. En la segunda mitad de 2014 los informes de las instituciones burguesas señalan que el estancamiento económico mundial será largo, y la OIT añade más datos al respecto. Pues aunque es así, no por ello la gran burguesía deja de enriquecerse a costa de la humanidad trabajadora.
En 2014, según Oxfam International el 1% más rico del planeta disponía en 2009 del 44% de la riqueza mundial, llegando al 48% en 2014, estimándose que superará el 50% en 2016. En 2014, «cada adulto de este 1% disponía de una media de 2,7 millones de dólares, En 2014, los miembros de esta élite internacional poseían de media 2,7 millones de dólares por adulto. El resto de la quinta parte más rica de la población (20 %) posee el 46 % del patrimonio mundial, mientras el 80 % de la población mundial se reparte tan sólo el 5,5 % restante». Esta asesina minoría hará lo imposible no sólo para mantener su gigantesca propiedad privada, sino para aumentarla aún más.
2014 confirma tres dinámicas: una, las fuerzas productivas son tan grandes que no existe suficiente capacidad de consumo de modo que la burguesía dedica los capitales excedentarios a la ingeniería financiera, al capital ficticio y a la especulación suicida, y así el globo financiero equivale ya a veinte veces el PIB mundial, siendo obviamente impagable. Dos, ha sido el año más caluroso desde que se tienen registros fiables, lo que es estremecedor; y además ha confirmado todas las investigaciones sobre el progresivo agotamiento de los recursos vitales y de la capacidad de carga del planeta. Y tres, es el año en el que se más crece la militarización represiva a la vez que aumentan los conflictos violentos, las luchas y movilizaciones de signos opuestos, acelerándose la dinámica de transformación de la crisis socioeconómica en contexto de caos geopolítico.
2014 muestra el peligroso error que cometen quienes con total ligereza creen que no son necesarios debates periódicos sobre los cambios en el contexto y en la coyuntura mundial. Estos colectivos elaboran sus líneas políticas limitándose a reflexionar sobre las partes más externas y conocidas de una realidad compleja, contradictoria y cambiante. Desde esa superficialidad, elaboran programas electorales y parlamentarios que desconocen las feroces e irracionales fuerzas profundas que, al ser ignoradas, determinan el futuro de los pueblos según las necesidades imperialista.
Un ejemplo es el debate sobre la supuesta «deuda legítima» que debería pagar al capital financiero transnacional un pueblo oprimido tras realizarse una supuesta «auditoría neutral» que designaría cual es la llamada «deuda ilegítima» que el pueblo explotado no debe pagar. Podemos citar tantos ejemplos como problemas acuciantes existen: soberanía alimentaria y sanitaria, servicios públicos y sociales, conocimiento libre y no mercantilizado, propiedad colectiva y bienes comunes, comercio justo y economía social no mercantilizada, trabajar todos para trabajar menos, recuperación de empresas y autogestión popular, democracia directa y poder de base, etcétera.
Además de otras discusiones imprescindibles sobre estas y otras necesidades urgentes –¿qué democracia es posible en semejante contexto?, por ejemplo–, el debate sobre el caos mundial es decisivo para marcar las grandes líneas tendenciales que determinan a todos ellos. Sin estas reflexiones seguiremos caminando a ciegas agarrados a ciegos.
Menea y vencerás…
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