Las sanciones del Imperio del Caos van a obligar a Rusia, país muy vulnerable, a tomar dramáticas y arriesgadas decisiones.
Durante la mayor parte del siglo XX Rusia estuvo sometida a sanciones y bloqueos occidentales, pero a diferencia de la época soviética la economía rusa está ahora muy inserta en la mundialización y depende sobremanera de flujos financieros y de un mercado energético cuyas riendas están en manos de sus adversarios. La situación en Moscú se va a ir haciendo muy complicada, incluso si Putin emprende cambios audaces y fundamentales en la política interior rusa que afecten al actual equilibrio burocrático-oligárquico que gobierna el país.
Plantar cara al agresivo entrismo noratlantico en Ucrania, última frontera de Rusia, era una cuestión de vida o muerte para Moscú, pero tal desafío supone pagar un alto precio. Las sanciones son el castigo a ese atrevimiento que lanza un mensaje ejemplarizante a otros BRIC´s. El segundo objetivo de las sanciones es triple; mantener el dominio de Estados Unidos en Europa impidiendo el comercio entre Rusia y la UE, arruinar a Rusia y sustituir a Putin por un gobernante ruso sometido a la disciplina occidental, algo que nunca será estable en un país con una identidad secular de gran potencia como es Rusia. Que las grandes naciones europeas como Alemania y Francia participen en este juego tan irresponsable y ajeno a sus intereses es algo que los europeos deben agradecer a sus políticos en primer lugar a la Señora Merkel, consecuente y tenaz desintegradora de la Unión Europea.
Las sanciones están provocando un acercamiento entre Rusia y China. Algunos observadores dan ya por hecho la formación de una especie de bloque euroasiático, entre China y Rusia, e incluso hablan de un eje Pekín-Moscú-Berlín. El objetivo de estas líneas no es sumarse a esa quiniela bastante imprevisible, sino problematizarla.
Desde los acuerdos de los primeros años del actual siglo en materia de demarcación fronteriza (2004) y en especial desde el estallido de la crisis y los acuerdos de créditos a cambio de petróleo entre las grandes petroleras rusas (Rosneft y Transneft) y China del año 2009, las relaciones han avanzado mucho. El bloqueo ruso a la entrada de empresas chinas como CNPC y SINOPEC en yacimientos rusos se levantó el año pasado y especialmente tras la aparición de las sanciones el vínculo político ha avanzado. Las visitas de Putin a China y del primer ministro Li Keqiang a Rusia, en mayo y octubre, levantaron casi todas las restricciones a la entrada de capital chino en Rusia, algunas de ellas claramente discriminatorias con respecto al trato dado al capital occidental. Estos avances no despejan sin embargo los aspectos que impiden que el abrazo chino sea una alternativa a la relación económica y política de Rusia con Occidente.
Una gran desconfianza
En primer lugar hay entre Rusia y China una desconfianza tan importante, sino mayor, que la existente entre Rusia y Occidente. Sus raíces se sitúan en la misma ruptura chino-soviética de los años sesenta del siglo XX que llevaron a los enfrentamientos armados del año 1969 en la frontera del río Amur. En la sinología soviética hubo, junto a magníficos especialistas y eruditos, una viva sinofobia que apenas se encuentra en otras academias sínicas europeas. Hay en Rusia toda una escuela de pensamiento que nació en los años sesenta para la que el “peligro principal” no está en el oeste sino en el este, al otro lado de la frontera de 4200 kilómetros con el gran vecino. Esa escuela tuvo una considerable influencia, tanto en la enseñanza de los institutos de relaciones internacionales como en los aparatos de Estado soviéticos y hoy rusos; desde el Ministerio de Exteriores, hasta el espionaje militar (GRU), el ejército y los servicios secretos. Lógicamente, esta prevención histórica ha aumentado desde que ambos países intercambiaran su posición en el mundo; Rusia en dirección hacia un estatuto de potencia regional (con un gran escudo militar-nuclear, es cierto), y China hacia un estatuto de superpotencia, sobre todo por la dimensión de su economía y la fuerza de su impulso modernizador. Ese cambio de papeles multiplica la ansiedad de la elite rusa hacia una excesiva dependencia de China, que es precisamente el escenario que la crisis y las sanciones occidentales introducen a marchas forzadas.
En Rusia hay una considerable histeria alrededor de la sospecha de que los chinos ambicionan hacerse con el control de los ricos recursos naturales de las vastas zonas de Siberia y del Extremo Oriente ruso que Moscú mantiene tradicionalmente descuidadas y abandonadas. Unida al aumento del nacionalismo en China, esa mentalidad proyecta hacia los chinos el propósito que ha sido modus operandi tradicional europeo en el mundo: hacerse con los recursos ajenos de los países más débiles. Ningún país europeo vive hoy tan intensamente la leyenda del “peligro amarillo” como Rusia, y curiosamente mucho más en Moscú que en las regiones fronterizas con China en la región del Amur o de Vladivostok.
Desde hace más de una década, la comparación de las poblaciones y recursos entre el Extremo Oriente ruso (6 millones de habitantes en 6 millones de kilómetros cuadrados que representan el 36% del territorio de Rusia) y las tres provincias del Dongbei (Noreste) chino, Heilongjiang, Jilin y Liaoning, (110 millones en 800.000 kilómetros cuadrados) es un tópico moscovita que recrea la silenciosa invasión china. El joven sinólogo ruso Aleksandr Gabuyev explica cómo algunos manejan con prevención un “escenario Crimea” para el Extremo Oriente: “como resultado del estrechamiento de relaciones con China se producirá un inevitable flujo migratorio chino hacia la región donde luego podría proclamarse una república popular y decidirse la separación de Rusia”. Por ese motivo las autoridades rusas y los dirigentes de la economía, deben oponerse a cualquier propuesta sobre utilización de su fuerza de trabajo china en la realización de proyectos comunes, reza el argumento.
Mutua mala reputación
Esta histeria se añade al dato de la mayor calidad de la gobernanza china, que se expresa en múltiples ámbitos; desde la formación de cuadros económicos y funcionariales, en empresas privadas, empresas estatales o ministerios chinos, para su relación con Rusia, hasta la simple habilidad y astucia comercial china, o el juego sin normas que supone la práctica de copiar e ignorar patentes, que los rusos combaten muchas veces con rudas medidas de fuerza, como por ejemplo el desmantelamiento del mercado Cherkisovski de Moscú hace cinco años que supuso un enorme desprestigio de Rusia ante los comerciantes chinos.
Por más que estén en última instancia muy estatalizadas, las relaciones económicas entre China y Rusia ya no son únicamente un asunto político fácilmente gobernable por los dirigentes, sino algo que afecta y concierne a centenares de miles de actores privados, comerciales o empresariales que se rigen por sus propios intereses y experiencias, sin que la política intervenga lo más mínimo en ello. La mala reputación de los rusos en China y de los chinos en Rusia determina muchas decisiones, pero tal como evoluciona la correlación de fuerzas entre ambos países, son casi siempre los rusos quienes están en una posición más expuesta: la decisión de dar o no dar créditos a empresas es casi exclusivamente una decisión unidireccional de chinos hacia rusos.
Naturalmente, la debilidad de la posición rusa hacia los negocios con China se ha acentuado ahora porque las sanciones occidentales han privado a los negocios rusos de créditos, posibilidades y compras en Occidente. Las empresas chinas saben que sus socios rusos no tienen alternativas y se aprovechan: pueden apretar los tornillos y dictarles las condiciones, lo que necesariamente confirma la prevención rusa… Sobre esta maraña de factores hay que situar los grandes límites estructurales de la gran relación económica entre China y Rusia en los ámbitos financiero, tecnológico y energético, explica Gabuyev.
Tres grandes límites estructurales
El sector financiero ruso es muy dependiente y está muy interconectado con la mundialización. China no está en condiciones de sustituir los flujos financieros de Rusia con Occidente, por lo menos a corto y medio plazo. Los créditos chinos no van a poder sustituir a todo ese tráfico crediticio y accionarial que une a las empresas y negocios rusos con Londres o Nueva York. Algo parecido puede decirse sobre los flujos energéticos: la demanda china no puede compensar, no es alternativa sino complementaria, al suministro de gas ruso a Europa. Asia Oriental en su conjunto podría quizás llegar a serlo a largo plazo, pero hoy países como Corea del Sur y Japón, presionados por Washington, tienden a sumarse a la disciplina de las sanciones, o por lo menos no la contradicen congelando sus tratos con Moscú, por lo que la apuesta geopolítica se concentra en China como único país. Esa posible falta de alternativas diversificadoras en Asia, da aún mas poder a Pekín, único gran cliente frente a Moscú, a la hora de discutir precios y aviva todos los miedos rusos. En cuanto a tecnología, hay dudas de que China pueda ser un suministrador alternativo para Rusia en toda una serie de ámbitos importantes que hasta ahora se resolvían en el mercado occidental.
Todo esto en su conjunto complica mucho el escenario del bloque ruso-chino. Teniendo en cuenta que para Moscú el conflicto que Occidente ha provocado en Ucrania no tiene marcha atrás, porque Putin no puede retirarse de Crimea sin exponerse a un descrédito nacional que sería letal para su poder, una especie de 1905, y a menos que la torpe política de Merkel de alguna sorpresa, lo que supone pasos atrás y garantías de neutralidad en Ucrania, imponiendo una fórmula de paz a despecho de los americanos (todo ello bastante improbable), las dificultades de Rusia van para largo.
No sabemos que pasará en el mundo en veinte o treinta años, pero probablemente el 2015 seguirá siendo un año de infame guerra en Europa, en el frente ucraniano. La lenta descomposición de la Unión Europea continuará y en ese contexto esperar una política exterior audaz de Alemania o Francia parece ilusorio. Rusia está acorralada en su última frontera y en una posición de gran debilidad, sin que la relación con China pueda llegar a compensar el grueso de la pérdida. Rusia es un país que habrá que observar con gran atención a partir de ahora.