Fuente: Diario Unidad / Tamer Sarkis
“Pluralidad”, “crítica”, “periodismo de investigación”, “independencia profesional”, “libertad de expresión”, “de prensa”, “informativa”…, son territorios discursivos comunes en un país donde el simulacro de policromía audiovisual guarda fila tras dos Colosos “de la comunicación”. Uno de ellos, Guatemala, es el vocero de la rancia oligarquía vende-patrias y de sus corruptas familias, consanguíneas o políticas. El otro, Guatepeor, es una creación de los grandes fondos de inversión, principalmente estadounidenses y en general anglosajones. Habla y notifica al dictado de los frentes abiertos que estos tienen tanto en el escenario internacional (lean El gran tablero mundial) como en el nacional: sujetarnos mejor a la órbita del Hegemonismo declinante y corromper a las grandes «familias», consanguíneas o políticas, para mejor hacerse con los “derechos” de uso y disfrute sobre oportunidades de riqueza. En estos últimos meses, los sátrapas «patrios» vienen siendo desnudados. Añejo tabú. Sus vergüenzas expuestas. Inédito. Escandaloso. Y es que, en estos meses, el atlántico Director de orquesta parece haber decidido jubilar a esos funcionarios pedigüeños suyos y así pasar por fin a manejar la Hacienda por vías aún más baratas y directas.
Ambos gigantes mediáticos son lo contrario del artista, quien a través de ficciones nos cuenta una verdad esencial inenarrable por medio de la mera literalidad científica. «El artista miente para decir la verdad». El duopolio corporativo no deja de machacarnos con datos, con información, acontecimientos, documentos, investigaciones, “revelaciones” y “novedades”, para mejor ocultar, tras el aparente caos conjuntivo de fragmentos, la verdad que tal conjunto deja distorsionadamente entrever a pesar de todo. Esa verdad que atañe a sus propietarios, dueños también de los rumbos peninsulares. En tal cometido generador de ficción en base a la retransmisión sinsentido de un constante goteo de verdades, es del todo lógico hallar a una misma corporación manejando canales y órganos realmente enfrentados en sus posicionamientos (como ocurre con La Razón y la 6ª, ambas de A3 Media). Pues la propia clase dominante se desdobla en representaciones enfrentadas por mejor racionalizar sus intereses unitarios de clase y por materializar estos de un modo más racional.
No se trata, así, fundamentalmente de un “teatrillo de falsos conflictos”. Siglos antes de que el “liberal” Karl Popper escribiera La sociedad abierta y sus enemigos, ya subrayaba Nicolás Maquiavelo la idoneidad de los campos abiertos de ideas políticas frente a los campos cerrados: los últimos restringen el abanico de vías hacia los Objetivos, mientras los primeros, con su crítica o hasta denuncia del Príncipe, le estimulan a auto-perfeccionamiento mientras generan identidad entre el poder y un entorno “empoderado” cuyas aportaciones al orden son tenidas en cuenta. Mucho después, en el campo de las ciencias físicas, llegaría la Termodinámica a decirnos que una gran cantidad de elementos contradictorios o paralelos entrechocando y trazando trayectorias por su cuenta significa mayor orden, y no caos. Porque a través de ese “caos” aparente (o cantidad de información) y de cada contribución elemental de “detalle”, extrae el sistema su capacidad de persistencia. Ello contra los sistemas simples, en realidad menos ordenados al fallar en incorporar a su orden más que unas pocas variables.
En este mismo sentido, el occidental “espectáculo integrado” (por decirlo a lo Debord), síntesis de espectáculo concentrado (monofonía) con espectáculo disperso (pre-monopolista), encarna el cénit del orden oligárquico al mostrarse capaz de conciliar las ideas y visiones espontáneas de una inmensa mayoría con los intereses clasistas de una inmensa minoría. Concilia al comunicar con todos los lenguajes, muchas veces “antagónicos” entre sí, unos contenidos comunes que salvan a esta clase de ser puesta en la picota. Es así pulcramente consumado el principio de “unidad en la diversidad”, predilecto de toda ideología que ha idealizado modernamente a unas u otras las pseudo-comunidades políticas humanas bajo el ciclo histórico de la separación de clase. Para nuestro ibérico caso: cada uno en su casa y el Hegemonismo yankie y su oligarquía “nacional” en la de todos. Y al aparecer todas las tendencias -o “información”- en armonía sistémica, las disidencias sólo pueden, a priori, cobrar rostro en los márgenes, siendo automáticamente desterradas a la marginación sin inmutar a una sociedad que, en su Agenda real de problematización política y de acción colectiva, es imitativa de las imágenes espectaculares de todo signo respecto de su propio curso de sometimiento y expolio.
Era también Debord quien designaba la vista como el más mistificable entre todos los sentidos. El sujeto social occidental de posguerra, bajo la nueva hegemonía estadounidense y su imperio de imagen (que coincide con su imaginario imperial), sería fácilmente hipnotizado por el astro espectacular y puesto a ver y a realizar el mundo material según el patrón de sus signos. Una sociedad ajena a auto-dirigirse en su relación con sus propios recursos, riquezas y fuerzas humanas y técnicas (sociedad alienada de Soberanía), es una sociedad por fuerza especializada en contemplar la representación ideológica del juego de intereses, iniciativas y programas adscritos a ese régimen de propiedad ajena. Por lo mismo, es una sociedad especializada en elegir, decidir y tomar partido sobre los medios y alternativas en competencia por agenciar esos intereses y necesidades que las fuerzas privativas de Soberanía detentan. En ese papel de ciudadanía múltiplemente informada sobre la realidad que aparece y su juego de cursos potenciales secundables o emprendibles, los espectadores activos son actores cuya intervención reproduce aquella estructura de enajenación material y productiva subyacente a esa precisa demarcación funcional suya dentro de la división del trabajo reproductivo del orden. Para tal sociedad, sustraída de Soberanía Nacional y que por tanto nada hace con su potencial económico malversado, el ver, el opinar, el evaluar y el sancionar…, en relación al movimiento autonomizado de “sus” condiciones materiales de vida y de las fuerzas que las rigen y definen, se convierte en su territorio «natural» o cosificado; separación pasiva que da carta de continuidad a aquella otra separación primordial.
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