Fuente: Rafael Poch /Diario de Berlín
Un estatuto de neutralidad para Ucrania solucionaría el grueso de la actual crisis
El ministerio de exteriores alemán acogió con satisfacción el gesto táctico de distensión lanzado el miércoles por el Presidente Putin. El ministro Frank-Walter Steinmeier, socialdemócrata, aplaudió el “tono constructivo” y constató su importancia en “un momento decisivo” en el que, “todavía hay posibilidades de evitar diplomáticamente una nueva escalada de violencia y perder del todo el control sobre la situación en el Este de Ucrania”. En el ministerio se formulan dudas sobre si a medio plazo se podrán resolver las dos incógnitas de Ucrania; estabilizar su economía y mantener su integridad territorial.
Putin pidió el miércoles tres cosas; “el cese de todas las operaciones militares y punitivas en el sur este de Ucrania”, la “libertad de todos los presos políticos”, e “iniciar un diálogo directo entre las autoridades de Kíev y los representantes del sur-este”. Como señal de distensión Putin propuso que los rebeldes renuncien al referéndum convocado para el domingo y añadió, que, aunque las elecciones convocadas para el 25 de mayo por Kíev “no resolverán nada” si no se garantizan los derechos de toda la población del país, éstas, “son un paso en la dirección correcta”.
La respuesta de Angela Merkel ha sido más dura que la de su ministro de exteriores. Putin, “contribuye poco a la distensión efectiva de la peligrosa situación” y su gesto, “no manda una señal inequívoca sobre la dirección” que va a tomar el gobierno ruso a partir de ahora, ha dicho.
Aunque la llamada al diálogo directo entre Kíev y los rebeldes la suscribe la OSCE y la propia canciller Angela Merkel, que habla tímidamente de organizar una “mesa redonda”, Kíev rechaza tanto ese diálogo como cualquier sugerencia de alto el fuego: “la operación antiterrorista continuará independientemente de la decisión de tal o cual grupo terrorista de la región de Donetsk”, dijo el mismo día el secretario del Consejo de Seguridad Nacional de Ucrania, Andri Parubi, al que Moscú señala como un hombre de Estados Unidos y responsable de la oscura masacre de ciudadanos y policías a cargo de francotiradores el pasado 20 de febrero en Kíev. Washington, que tiene a “decenas” de agentes de la CIA y del FBI en Kíev asesorando el aplastamiento de la rebelión que ha estallado en el Este de Ucrania, apoya, evidentemente lo que en otras latitudes (Libia, Siria) se condenaría como, “el empleo del ejército contra la propia población” y se utilizaría como pretexto de “intervención humanitaria”.
A lo largo del pasado invierno, el empleo no ya del ejército sino de la policía antidisturbios para reprimir la protesta del Maidán en Kíev, mereció todo tipo de condenas y solidaridades de parte de los gobierno auroatlánticos. Una vez consumado el cambio de régimen sin mediar elecciones los acentos han cambiado. En Odesa se ha producido una masacre espantosa en la que las víctimas han sido –inoportunamente- adversarios del gobierno atlantista de Kiev, así que el asunto, que habría sido un horrible crimen en otro escenario, se ha jugado a la baja. El uso del ejército y de los blindados contra los rebeldes, “es una respuesta razonable, proporcional, y, francamente, es lo que cualquiera de nuestros países haría ante una amenaza semejante”, dice la embajadora de Obama ante la ONU, Samantha Power.
El sentido del gesto de distensión lanzado por Putin es animar a Alemania a desmarcarse de Washington. El objetivo de Estados Unidos en el actual conflicto es forzar una invasión militar rusa de Ucrania Oriental. La lógica de ese propósito es clara.
Incluso en las regiones sur orientales más críticas y beligerantes con el gobierno de Kíev, al día de hoy ni la partición de Ucrania ni una anexión de algunas de sus regiones a Rusia, como sucedió con Crimea, tienen apoyo mayoritario. Una intervención militar rusa en Ucrania sur-oriental, bien para impedir la masacre de la población local, bien con propósitos anexionistas, daría lugar a respuestas armadas antirusas de signo contrario a las que hoy se están produciendo. El Kremlin lo sabe y no tiene intención de crearse un Afganistán en casa. Al mismo tiempo, la situación es muy volátil y a medio y largo plazo no puede excluirse que la misma acción que hoy se rechaza sea profundamente deseada mañana por la población. Por eso, se dice en Moscú, Rusia debe estar preparada para todo
Una implicación militar rusa en Ucrania sur-oriental cohesionaría sin duda a la OTAN, pero el escenario caótico que se propicia desde Washington, no interesa en Alemania. Por eso Berlín está en el punto de mira de la diplomacia del Kremlin.
Rusia es un cliente importante de la exportación alemana. El gas ruso no solo resuelve más del 30% de la demanda de gas de Alemania, sino que es clave para la realización de la principal estrategia de reconversión nacional en la actual crisis, el “Energiewende”, con su objetivo puntero de reducir drásticamente el uso de carbón y despedirse de las nucleares. El liderazgo político de Alemania en Europa, cuyo motor es la economía, casa mal con las aventuras de sanciones que animan Estados Unidos y sus corifeos polacos.
El precario crecimiento alemán camina sobre cáscaras de huevos. La previsión para el primer trimestre de 2014 es un crecimiento del 0,6%, y de entre un 1,7% y un 1,9% para el conjunto del año. En marzo, las exportaciones alemanas cayeron un 1,8% respecto al mes anterior. Unido al enfriamiento chino, el caos en Ucrania con una nueva guerra fría con Rusia no solo acabaría con esos pronósticos sino que probablemente condenaría a Alemania a la recesión.
Moscú comprende así la situación e incide en ella con la esperanza de torcer lo que ve como traca final de veinte años de abuso y expansionismo político-militar atlantista a costa de sus intereses (1).
“Obama está dispuesto a declarar la guerra a Rusia, sino hasta el último soldado delBundeswehr (ejército alemán), si por lo menos hasta el último empresario alemán”, dice Sergei Kuznetsov, un ex diplomático ruso en Kíev, en un artículo publicado el jueves en la página rusa “Rossia v globalnoi Politike”. “Está en marcha una presión sin precedentes sobre la Unión Europea para “romper” a Alemania y destruir las relaciones económicas entre Europa y Rusia”, señala Kuznetsov. Hay que ver si se mantiene la sumisión a los intereses de Estados Unidos o si se opta por una cooperación mutuamente ventajosa en el continente, en cualquier caso, “como locomotora política y económica de Europa, Alemania tiene en eso la principal responsabilidad”, concluye. Pasado por el filtro de 20 años de decepciones, ese punto de vista expresa aún cierto anhelo del Kremlin por alcanzar un “modus vivendi” razonable con Europa, algo que muchos en Moscú ya dan por perdido.
Alemania está dividida en esta encrucijada. El sector político más duro y belicista, desde los verdes hasta la CDU, con gran apoyo en la prensa, se inclina a favor de la política de sanciones y la escalada “de firmeza” sugerida desde Washington y Varsovia. Pero la patronal y la industria, así como los sectores herederos del diálogo de la Ostpolitik de los setenta se preguntan, “por qué Europa no sale de la sombra de Estados Unidos y desarrolla un acuerdo de principios con Rusia”, como ha dicho el diputado Hermann Winkler, que habla más de economía que de estrategia política: “tenemos 6200 empresas alemanas en Rusia que han invertido 20.000 millones, del comercio ruso dependen unos 300.000 puestos de trabajo”, recuerda.
Entre ambas posiciones el embajador Wolfgang Ischinger, presidente de la Conferencia de Seguridad de Munich, que expresa intereses atlantistas y a la vez industriales, constata que “el edificio de la seguridad europea” ha crujido con Ucrania y que hay que “empezar una nueva discusión sobre la arquitectura de la seguridad” en el marco de la OSCE. Esa organización es la única de ámbito verdaderamente continental. Fue la OSCE, en su Conferencia de París de noviembre de 1990, la que cerró el pacto del fin de la guerra fría, violado por Euroatlantida y que desde Moscú se ha venido reivindicando con resultado cero desde entonces. Ischinger dice que “a dos o tres años vista” hay que “preparar el terreno para un nuevo entendimiento estratégico entre Moscú, la UE y Estados Unidos”.
Alemania, a quien la eurocrisis le ha venido manifiestamente grande, bascula ahora entre las prioridades de su economía y las diferentes opciones estratégicas agresivas basadas en la inercia de la guerra fría, el servilismo hacia Washington y la rusofobia.
Bastaría con garantizar la neutralidad y el no alineamiento militar de Ucrania para acabar con esta crisis inducida por el Imperio del Caos. Con eso garantizado internacionalmente, el dialogo interno en Ucrania se facilitaría, tanto desde dentro como desde fuera del país, lo contrario de lo que ocurre ahora. Esa es la “finlandización” que mencionan desde ex agentes de la “comunidad de la inteligencia” y gente como Henry Kissinger en Estados Unidos, hasta todo tipo de cualificados observadores -en general con poco acceso a medios de comunicación- en Europa. Un líder europeo con cierta categoría y visión podría desencadenar una solución así. Sin duda, demasiado para Merkel, Hollande y compañía.
Nota:
(1)Recordemos, una vez más, que esta crisis no comenzó con la irregular anexión rusa de Crimea. Esta crisis empieza en el mismo fin de la guerra fría, cuando se pisotean los acuerdos alcanzados con Gorbachov y un bloque militar adversario de Rusia en lugar de disolverse o reformarse se expande a lo largo de veinte años, derribando, una tras otra, todas las líneas rojas y objeciones que Moscú ponía, alegando sus siempre ignorados intereses vitales. Forzar el alineamiento y la disciplina occidental de Ucrania, objetivo del cambio de régimen de febrero en Kíev -logrado a caballo de otros factores como son el descontento ciudadano por la corrupción y la injusticia, así como la lucha entre diversos grupos oligárquicos del país,- fue el último capítulo de esa apisonadora cuyas dos patas son el ingreso de Ucrania en la OTAN (rechazado por la mayoría de la población según todas las encuestas conocidas hasta el momento) y un tratado de asociación que la Unión Europea presentó en noviembre como un ultimátum al gobierno de entonces. Aquel acuerdo excluía la fundamental relación económica con Rusia. En los ámbitos de la seguridad y la política exterior, la UE ponía al país en línea hacia el ingreso en la OTAN. Como dice Diana Johnstone, “hay que respetar el derecho de los ucranianos a no ingresar en la OTAN”.