Viorel Lupescu @Enmerkar_arg
3 de febrero, 2014
La violencia fascista en las calles de Ucrania (el así llamado Euromaidán) no es solo parte del proyecto imperialista de la Unión Europea por controlar un país rico en recursos naturales, cada vez más sometidos y arrasados por la lógica del mercado, sino también un correlato de las negociaciones a puerta cerrada y sin participación alguna de la ciudadanía en su debate, algo ya muy común en cierto tipo de democracias, entre los Estados Unidos y la Unión Europea para la creación de un área de libre comercio, el Tratado Transatlántico (TTIP por sus siglas en inglés), que será la de mayor envergadura que se haya realizado en la historia de la fase imperialista decadente del capitalismo.
Esta asociación entre las clases dominantes de EE.UU. y Europa (primero fue la CEE durante la guerra fría) no es nueva. Washington destinó en su momento el Plan Marshall para consolidar un «cordón sanitario», aún a costa de concederles a las masas trabajadoras el modelo de protección social limitada del Estado de Bienestar (lo que es lo mismo, la atenuación de las consecuencias de la ruina social, con servicios públicos y derechos laborales que el Estado proveyó, siempre mediante un interesado Pacto social con la patronal). Claro, se ganaba un mercado inmenso también. La super-explotación del Tercer Mundo, donde aún había mucho mercado por abrir, por más que fuera a los tiros, garantizaba el equilibrio inestable en el centro imperialista.
La liquidación del bienestarismo comenzó con las «excepciones» de Ronald Reagan en EE.UU. y la Thatcher en Inglaterra, con sus estratagemas dialécticas de consecuencias bien funestas y reales, del «capitalismo popular» (entiéndase por esto, no dejar nada ni nadie fuera de los ajustes de un mercado desregulado), y se aceleró a toda máquina tras la destrucción social y la desindustrialización del ex bloque comunista-soviético a partir de 1989-91. Nada escapó de la voracidad empresarial. Todo les viene bien a los burgueses. De ahí su renovado interés en este siglo XXI por el «problema de la inmigración», una preocupación en Francia por ejemplo. El inmigrante ilegal, desprovisto de derechos, utilizado como ariete (contra su voluntad, pues él, como todos, quiere vivir mejor) para bajar los costes. Políticamente, qué mejor que la animosidad entre obreros que se maten por la patria y la nacionalidad, mientras los capitalistas dan todas las señales de que les importa un rábano ésta, si quieren proteger sus beneficios, o mejor dicho, maximizarlos sin límite alguno. Por eso, asimismo, la miseria no lo tiene. Un ejemplo fue la reciente fusión entre la «italiana» FIAT y la «estadounidense» Chrysler. Ambas acordaron crear un nueva empresa, la FCA (FIAT Chrysler Automobiles), que será la séptima del mundo, un nuevo monopolio, cuyo domicilio legal está en Holanda y el fiscal en Gran Bretaña. En la sección económica del diario conservador argentino Clarín, se encargaban de aclarar, por las dudas de que «nadie tiene duda de que FIAT es italiana». Los hechos en sentido contrario están a la vista.
El TTIP supone el tercer blindaje histórico entre EE.UU. y la UE (el segundo fué la OTAN), pero aún más mezquino y miserable. Con él, los privilegios de las empresas transnacionales, alcanzarían estatus de ley, reduciendo el Estado a añicos. Sería como un laissez-faire de monopolios gigantescos. Éstos podrán demandar a los países que no se atengan a las normas del libre comercio, so pena de sanciones contra los contraventores o el pago de sumas multimillonarias al querellante. Estas condenas, que las emitiría un tribunal adicto consensuado entre los estados y las empresas (o sea, lo mismo) no tendrán techo. En suma, el Tratado Transatlántico viene a blanquear y extender las políticas que ya puso en marcha la Organización Mundial del Comercio (OMC). Aunque se necesitaba, y ya lo están logrando, el marco jurídico que de una vez por todas autorice como sagrada escritura a las empresas a avanzar por sobre los servicio públicos, uno de ellos, estimado lector, es el agua. Desde la dirección de la multinacional Nestlé, por caso, ya anticiparon que no creen que sea conveniente el libre acceso (la gratuidad) al fluido vital. ¿Qué otro significado puede adquirir aquello? La anulación, por legislación interpuesta, de los derechos humanos más elementales, los que se refieren a cubrir las necesidades básicas. Si una empresa puede demandar a cualquier país en «igualdad de condiciones para ambas partes» porque éste se negara a privatizar algún servicio público porque quiere proteger el derecho al acceso universal del mismo, ¡bien podría hacerlo!, ¡y podría ganar!
Esta nueva macrorregión confirma la unificación de las políticas comerciales y de mercado por el capitalismo monopolista. Junto a su gemelo, el Tratado Transpacífico, del cual participan EE.UU. y otros doce países del área, someterán al resto del mundo a la imposición de sus condiciones. Cualquier país que quiera establecer, aunque a esta altura se ve obligado y no le queda otra, relaciones comerciales con los signatarios de estos dos tratados, se vería obligado a adoptar las reglas establecidas por aquellos. Todo demuestra que, en materia de mercantilizar, y por tanto generar la exclusión por ingresos de millones de seres humanos, nada es suficiente para los monopolios y su expresión, el estado capitalista moderno. Si alguien se acuerda del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), el proyecto de George W. Bush para ahorcar a América Latina, y que fracasó en buena medida debido a la oposición de los gobiernos de signo progresista; pues ahora solo basta con que las potencias se pongan de acuerdo.
Con el contexto de la crisis económica mundial, estas políticas comerciales pretenden ser la nueva estocada contra la planificación estatal china y los intentos bienestaristas de América Latina. Las respuestas que se vienen ensayando desde hace una década (Organización para la Cooperación de Shanghai, Unión Aduanera, ALBA, Unasur, CELAC, Unión Africana) deberán demostrar una capacidad, hacer frente a esta extorsión internacional que está punto de legalizarse. Por otro lado, los trabajadores de todos países, como siempre, habremos de enfrentar este asalto (o el que le substituya, en todo caso) que profundizaría la redistribución regresiva de la riqueza y reacionalizaría hasta el paroxismo nuestra existencia, en contraste con una minoría cada vez más minoritaria, que no acumula solamente cada vez más riqueza, sino, y esto es lo más importante, un mayor control sobre los ingresos, así, sobre la vida y la sobrevida de la clase obrera, el noventa por ciento del mundo.
Hoy en Ucrania, Siria, África Central, y hasta hace no mucho fueron el blanco del arribo brutal del mercado, Irak, Afganistán, Costa de Marfil, Yugoslavia… Por último, un cable a tierra por si este análisis de las injusticias enervan los ánimos hasta que los mismos alcancen proporciones nihilistas: el socialismo es tan necesario, hoy, como lo era ayer. Urge comprender esto..
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