Marta Mezquida Massanet
1 de febrero, 2014
Recuerdo hace tiempo, ahora es como un sueño lejano, del cual a veces me pregunto que hay de real o imaginario, conocí al hombre de la mirada profunda.
El hombre de la mirada profunda estaba sentado en una duna, junto a unos amigos y mi tía Leonor Massanet Arbona. Vestía una chilaba, su cabeza estaba cubierta por un pañuelo azul que llevaba enroscado. Únicamente se le veían sus ojos. En ese mismo instante, sus ojos negros se me clavaron en el alma.
Había oído durante mucho tiempo hablar de él, pero nunca había tenido el placer de tenerlo delante. Era como encontrarse cara a cara con algún personaje de un cuento. Allí estaba él, mirándome, y esperando que yo le hiciera algunas preguntas. Yo al principio no sabía que decir, vacilaba, estaba medio tímida a causa del idioma y de esos ojos penetrantes. Él se colocó la chilaba, y dejo mostrar una sonrisa amable.
De repente esa cara intimidante, se volvió dulce, curiosamente familiar. Su rostro mostraba ternura y amabilidad. Así que enchufé mi grabadora y empezamos a hablar de la situación de su país.
Vi un hombre joven, pero con un gran peso sobre sus espaldas, un hombre que se sentía responsable, no solo de su familia, sino de su pueblo. Por unos instantes sentí lastima de él, me hubiera gustado que durante unos momentos pudiera quitarse la losa de la responsabilidad y me regalara otra sonrisa amable.
Seguimos hablando, hasta que un momento decidió que habíamos de parar, y francamente no sería yo quien discutiera eso. El hombre de la mirada profunda infundía mucho respeto. Pero así debía ser, pues tenía que sostener muchas cosas y todas a su cargo.
Los días que prosiguieron descubrí otros aspectos de él. No nos pudimos ver mucho, pues cada uno recorría el desierto por su lado, pero algunas veces hacia el esfuerzo de juntarse con nosotros. Miramos el Sol ponerse en las dunas en silencio, jugamos con los jeeps a llegar lo más alto de las dunas más altas del mundo, bailamos junto al fuego en la noche más oscura y con más estrellas que he podido llegar a ver. Así pues nos pudimos conocer un poco… Y siempre me acordaré de lo que él dijo a mi tía Leo, cuando ella me estaba buscado marido, medio en broma, medio en serio: » Marta es libre, déjala libre». Palabras que me sorprendieron al conocer a sus hermanas.
Sí, sus hermanas, sobretodo Ahisha, para mi una persona muy importante, aunque puede que solo tuvimos contacto unas horas, pero me llego profundamente, muchos días pienso en ella. Cuando la conocí me reflejé en ella. Éramos dos chicas de la misma edad, universitarias con vidas muy distintas. Las dos conectamos mucho en ese instante.
Bueno, luego me fui, y el hombre de los ojos penetrantes volvió a convertirse en un personaje de cuento del cual te llegan historias. Algunas veces visitaba nuestra isla, otras te contaban cosas que había hecho. Luego se casó, tuvo hijos, y luego… Luego la guerra azoto su vida, y aunque en mucho menor nivel, la nuestra. Por mi parte la guerra me sobrepasaba, algo así me costaba mucho digerir o asumir. Mi tía por su parte se enfrentó a ella como una valiente, o como una luchadora como ha sido siempre. Incluso en tiempos de guerra, el hombre de la mirada penetrante viajó para encontrarse con ella. Acabó la guerra a nivel superficial, el hombre de la mirada penetrante siguió su vida con su familia. Y así el mito de este hombre continuaba, como ese cuento que te deben contar cada noche antes de ir a dormir.
Pero supongo que no todo es para siempre, día 22 de Enero del 2014, el hombre de la mirada profunda, Osama, fue secuestrado y ayer hallado muerto con una paliza y un tíro en la cabeza.
Hoy te digo adios Osama, lo hago públicamente, para que la gente vea lo estúpido que es una guerra, lo estúpido que es hacer daño a las personas. Adiós Osama, padre, hermano, amigo, sabio y el hombre de la mirada profunda.
Sobre todo en honor a una heroína del siglo XXI, mi tía Leonor
Marta Mezquida Massanet.
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