Tamer Sarkis Fernández
9 de enro, 2014
La prensa del Hegemonismo lleva semanas sacándole los ojos a la que ha sido una de las muñecas favoritas de los propios anglo-sionistas en Oriente Medio: el turco Erdogan. Mencionando y aireando a los vientos la corrupción, que ensucia a destacados miembros del Gobierno y de la administración estatal, la prensa exhibe su Casus belli contra el recién bautizado “dictador”, “Autócrata” o encarnación de “régimen”.
Tal cosa hacen unos dirigentes de prensa seguros respecto de la privación más o menos masiva de cualquier resquicio lógico entre espectadores y “críticos”. No en vano, la nueva ofensiva entraña un tipo de inconsistencia que en Lógica Formal se llama Contradicción entre sus términos.
Porque, si de verdad nos hallásemos ante eso que la vulgata “científica” politológica, los nodos documentales y los panfletos varios para la ciudadanía convienen en tipificar de “Dictadura”, entonces los propios organismos institucionales y judiciales turcos jamás habrían sacado adelante su “investigación”. Y ni mucho menos ésta estaría en curso de traducción punitiva. Y ni muchísimo menos dicha responsabilidad penal podría estar traduciéndose en responsabilidad política. Y, por supuesto, ni muchísimo menos aún la prensa turca o foránea andaría rebosante de “filtraciones”. Ni habría aparecido, para el caso, el enésimo boom de periodistas “de investigación” con hambre de Premio.
Descubrir ahora la corrupción aquí o allá es descubrir la sopa de ajo: cierta corrupción es casi un Universal antropológico cuando se trata de estructuras complejas de poder. Para las filas del pueblo, todo Poder político alienado de las clases populares, y al margen de su forma, es de hecho una dictadura. Pero, tanto a la propia “ciencia” dominante como a sus reflejos vulgares y de “pensamiento espontáneo” que recorren la sociedad, “dictadura” les suena a un gobierno de figura, de fortín o de camarilla concentrando en sí el Poder; bien por personificar una condensación-entente entre distintas fracciones de todo un campo sociopolítico, bien por personificar los intereses de una sola fracción más o menos reducida pero que logra imponerse a la fuerza por encima de ese campo sociopolítico en su conjunto. Y, en tal perfil, no es solamente que no habría saltado el escándalo turco, sino que ni siquiera habría sido confeccionado.
Lo dicho no obsta para subrayar la evidencia de que Erdogan adolece de procederes dictatoriales ni para reconocerle una clara voluntad autocrática. Pero el Poder se compone de voluntad + capacidad (Ceresole dixit), y es la complejidad de la propia estructura política turca aquello que ha estado limitando al personaje. Si él ha podido sacar adelante sus Proposiciones de Ley en relación a fumar, al hiyab, a las parejas afectivas en la calle y lugares públicos, a la financiación selectiva de universidades religiosas, al favoritismo hacia las escuelas privadas (con tinte religioso muchas de ellas) frente a la escuela nacional, o al escándalo público, eso ha sido porque su interés y el de su Hermandad convergía con esas otras fracciones políticas más integristas, dominantes en la judicatura. ¿Islamizar la sociedad turca?: absurda quimera para todo el que piense un poco en la sociología de la Turquía contemporánea. ¿Islamizar el Estado?: en eso han confluido los esfuerzos de la coalición; no solo de Erdogan. Mas en el islamismo -en el dogma, en el “fundamento” y la manía persecutoria del “impuro”- reside precisamente el principio de la división y la ruptura.
La cosa denota, pues, que es un bloque complejo y más o menos contradictorio quien tiene el Poder en Turquía, cada uno de cuyos componentes va tocando sus resortes, y en modo alguno “un dictador”. La pregunta debe ser, entonces, relativa a los alineamientos y pasos sucesivos del Hegemonismo, actor que opera desde el exterior con esa tensión interior de bloque. Si en Europa o en los Estados Unidos el espectador viene “enterándose” a diario de la corrupción turca, es porque así lo quieren las gigantescas Agencias hegemonistas que concentran la provisión de agendas informativas a los “loros” mediáticos locales. Si el Hegemonismo da su respaldo –o, más aún, su ordenanza-, entonces el ejército turco paraliza los autos judiciales y requisa los archivos aunque sea por encima del cadáver de la policía, aliada del poder judicial. Y aquí ni nos habríamos enterado.
¿Protesta popular en las calles?: hayla, y va a más. Si refleja una tendencia turca mayoritaria o siquiera de peso, eso está por ver. Hasta el momento, no ha logrado tomar fuerte presencia más que en las grandes urbes y algunas medianas (cientos de miles de sediciosos). En poblaciones más pequeñas y en el campo, se distribuyen también decenas de millones de turcos, que no han mostrado estar contra Erdogan, y, es más, vienen manifestándose en su apoyo. Si la prensa llamada “internacional” hubiera recibido de sus propietarios directrices de ostracismo en lugar de directrices de amplificar, Erdogan reprime, aparece alguna noticia fugaz y la cosa acaba extinguiéndose por dentro y de cara a fuera. De nuevo, aquí ni nos habríamos enterado.
Continuará…
Tamer Sarkis, DIARIO UNIDAD.
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